Plinio Corrêa de Oliveira

 

Pío X, modelo de energía

"Catolicismo" Nº 6 - Junio de 1951

 

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3 DE JUNIO, BEATIFICACIÓN DE PÍO X

Un episodio dramático de su vida: “Los peores enemigos de la Iglesia traman sus perniciosos designios, no fuera, sino dentro de ella; por así decirlo, es en sus mismas venas y entrañas donde se encuentra el peligro”. (Encíclica “Pascendi”)

En la Beatificación de Pío X, la Iglesia quiere afirmar que este Papa practicó, en vida, en grado heroico, las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, las virtudes cardinales de la Justicia, la Prudencia, la Fortaleza y la Templanza, y que por ello goza de la gloria correspondiente en el Cielo. En consecuencia, la Iglesia permite que se le rinda culto público en determinados lugares.

 Este pronunciamiento tiene como objeto inmediato y explícito la persona misma del Papa Pío X. Implícitamente, sin embargo, implica en cierto modo una apreciación de su manera de gobernar la Iglesia. Porque si el Papa fue heroico en las virtudes cardinales, es que en la gestión de los más altos intereses espirituales de la cristiandad no se mostró ni injusto, ni imprudente, ni débil, ni destemplado. Por el contrario, sobresalió en la práctica de estas virtudes, no sólo como hombre privado, sino también como Papa. Y su actuación, como hombre y como Papa, puede y debe proponérsenos como modelo digno de imitación.

 Es, pues, muy oportuno analizar la conducta del santo Pontífice en un episodio absolutamente memorable de la vida de la Iglesia de nuestro siglo, y extraer de él preciosas lecciones para nuestra santificación.

 Una pregunta candente

La Iglesia se encuentra hoy en una de las fases más dramáticas de su Historia. Nunca sus enemigos han sido tan poderosos, tan radicales, tan militantes. Recordemos en primer lugar el mundo soviético, que se extiende desde Indochina hasta Alemania, constituyendo así un Imperio mayor que el de Alejandro o Carlomagno. Es inútil cerrar los ojos a la realidad: este “mundo” forma el mayor quiste ateo que jamás haya existido sobre la faz de la tierra. Dentro de los límites circunscritos por el telón de acero, Cardenales, Arzobispos, Sacerdotes, Misioneros, Religiosas y simples fieles mueren en cárceles, campos de concentración y otras prisiones, quizá más disimuladas, pero no menos crueles. Una octava parte de la población católica mundial está sometida así a un gobierno directa y oficialmente ateo, cuya intención oficial y declarada es extinguir la Religión. Y este inmenso quiste comunista sólo constituye la cabeza del pulpo. Sus tentáculos se extienden a las regiones vecinas, Indonesia, India, Persia, la infeliz Austria, Alemania Occidental, y se dividen en activas ramificaciones que envuelven, como una red, toda Europa Occidental, América del Norte y del Sur, y gran parte de África. En las Universidades, en los Parlamentos, en la prensa, en el cine, en la radio y en los sindicatos, las ramificaciones de esta red no dejan de multiplicarse. El enemigo no está “a las puertas”. Está instalado en nuestras entrañas.

 ¡Y si sólo fuera éste! Frente al cuerpo masivo de doctrinas del comunismo, de su férrea organización, nada más fluido, más incoherente, menos orgánico que la amalgama de principios, instituciones y pueblos habitualmente considerados anticomunistas.

El extremo opuesto al comunismo es el catolicismo. Y así, todo lo que contribuye a debilitar la influencia del catolicismo constituye una preciosa —aunque a veces no intencional— cooperación con la expansión comunista. Y la sociedad occidental está siendo corroída por todo tipo de alimañas que trabajan así por la victoria del adversario. La literatura y los espectáculos inmorales que desquician las fuerzas de resistencia de la familia cristiana; la propaganda socialista que con el pretexto de la justicia social enfrenta de hecho a los pobres con los ricos, socava el principio de autoridad y siembra el espíritu de revolución; la enseñanza superior o secundaria que presenta el universo como un gran todo que tiene inmanentes en sí las fuerzas de su gigantesca e indefinida evolución, un todo que no fue creado por ningún Dios personal y en el que el hombre no tiende hacia una felicidad sobrenatural, extraterrena y eterna; todo esto hiere a la civilización cristiana en su alma misma, que es la Iglesia Católica, y prepara el terreno para el advenimiento del comunismo.

Así consideradas en su conjunto las fuerzas que actúan contra la Iglesia, en una inmensa ofensiva, a veces violenta, a veces sutil, a veces edulcorada (es el caso tan frecuente de los socialistas, por ejemplo), en la que el adversario conquista posiciones con todas las armas, desde la pólvora hasta el azúcar, ¿cuál debe ser la actitud católica?

 En otras palabras, ¿qué hacer: enfrentarse a la ola o intentar flotar en ella?

Diversos aspectos de la cuestión

¿Cómo enfrentarse a la ola? Marcando muy claramente la diferencia entre el espíritu de la Iglesia y las mil y una manifestaciones del espíritu neopagano de nuestro tiempo, desde las manifestaciones brutales del comunismo ruso hasta los halagos más suaves de las alas conciliadoras del socialismo, el protestantismo o el liberalismo: argumentando de la manera más eficaz contra el espíritu neopagano y a favor de la doctrina de la Iglesia manifestada en toda su integridad, en la audacia de su nobleza, en la sublimidad desnuda y a veces trágica de su austeridad; mostrando a las almas que no pueden quedarse a medio camino entre las dos posiciones ideológicas; haciendo lo posible e incluso intentando lo imposible para llevarlas a la Iglesia de Jesucristo.

¿Cómo se flota sobre la ola? Evitando discrepar abiertamente de cualquier cosa: hombres, hechos, doctrinas. Intentando aplaudir el bien que hay en todo (pues incluso el diablo, en las profundidades del infierno, totalmente malvado como es desde el punto de vista moral, tiene sin embargo un punto en el que puede ser alabado: es el hecho de ser una criatura de Dios). Acomodando el Catolicismo, lo más completamente posible, al gusto del siglo: soñando con la abolición de la vestidura para los sacerdotes y del celibato eclesiástico; anhelando la supresión de las órdenes meramente contemplativas; jurando que la elección del Papa ya no tocaría al Colegio Cardenalicio, sino al pueblo de Roma; abogar por una participación de los fieles en la celebración litúrgica, más amplia que en ningún otro momento de la vida de la Iglesia; trabajar por la introducción de ornamentos litúrgicos muy sencillos, o incluso por el permiso para que los sacerdotes celebren con “monos” de trabajo; apoyar sin ambages la lucha contra todas las diferencias de fortuna o de clase social, etc. , etc. En materia doctrinal, flotar en la ola consiste en presentar la doctrina católica lo más cercana posible a los errores de la persona con la que conversamos. Si es panteísta, hablemos del Cuerpo Místico de tal manera que, sin negar claramente nuestra doctrina, perciba en ella un poco de “sal” panteísta. Si es socialista clamemos, con más fuerza que él, contra todas las diferencias de clase social. Si es protestante, restrinjamos al máximo los límites del magisterio de la Iglesia en su presencia.

Dos sistemas de vida

Sin prejuzgar la cuestión, recordemos aquí un punto fundamental. Está relacionado con todo un delicado problema de carácter y temperamento mental.

Así, si alguien es amigo de la lógica, de la claridad, de la franqueza; si tiene entusiasmo por la doctrina católica y le duele ver la impunidad del error; si es idealista y, por tanto, está dispuesto a luchar y sufrir por la afirmación de los principios que profesa, será partidario de la táctica de enfrentarse a la ola.

Si, por el contrario, uno sufre de un “complejo” (los lectores perdonarán la expresión bárbara) de timidez; si uno no está absolutamente seguro de sus opiniones ni tiene el valor de afirmarlas; si no le duele ni le molesta que otros glorifiquen y propaguen el vicio o el error; si es amigo sobre todo de su consideración social, y le gusta hacerse pasar por simpático, moderno, comprensivo, ilustrado; si, por último, ama la tranquilidad, y está dispuesto a callar para no soportar peleas y discusiones, entonces será partidario de “dejar pasar la ola”, de flotar sobre ella, y de practicar una política de “prudente” y extensiva “adaptación”.

 En resumen, hay católicos que caminan hacia el adversario con la espada flamígera de San Miguel Arcángel; otros por el contrario piensan que les va mejor aconsejando el paraguas de Chamberlain....

 Ampliar horizontes

No se trata de un problema nuevo. Tampoco se plantea sólo en el terreno religioso. Pues esta diferencia de carácter y rasgos repercute en todos los campos de la actividad humana. Frente al protestantismo, Felipe II personificó la actitud de quien se enfrenta al peligro, y de hecho si el protestantismo no conquistó Europa se debió —humanamente hablando al menos— al gran Rey. Luís XVI, por su parte, trató de acomodarse a la Revolución. Nicolás II también. Fueron precursores de Chamberlain... que a su vez tuvo y tendrá seguidores.

Durante el pontificado de Pío X

En definitiva, como puede verse, la cuestión es muy antigua. De hecho, es incluso más antiguo que Felipe II. Se remonta a los albores de la humanidad. De vez en cuando, en lo que los franceses llaman acertadamente “les tournants de l'Histoire” [N.R.: en traducción libre, “cambio importante de la historia”], sale a relucir.

En la época de Pío X, la actual ofensiva contra la Iglesia aún no había alcanzado su actual clímax, pero ya estaba muy avanzada. No todos los problemas religiosos de aquella época eran tan agudos como los de hoy. Pero, al menos en sus líneas generales, la situación podría verse como la vemos hoy. Ya existía un fuerte movimiento comunista, el socialismo se extendía por todo Occidente, la corrupción de la moral ya había penetrado profundamente incluso en los hogares “cristianos”, el espíritu de revuelta ya se extendía por todas partes. El materialismo, el panteísmo y el evolucionismo estaban ya a la orden del día.

 Por esta misma razón, los dos temperamentos también se habían definido ya plenamente entre los católicos. Algunos estaban a favor de la lucha. Otros estaban a favor del acomodamiento. Pretendían “modernizar” el Catolicismo.

 Los “modernistas"

Eran los llamados católicos “modernistas”. Constituían un “movimiento” que tenía una doctrina, una estrategia, unos objetivos bien definidos, una red de instituciones a su servicio y toda una galería de grandes hombres para dirigirlos. Como cualquier “movimiento” que se precie, los modernistas tenían incluso sus “tabúes”.

 La doctrina

La doctrina modernista consistía en última instancia en una larga serie de estratagemas y artificios destinados a conformar el Catolicismo a las ideas religiosas de la época.

 Como hemos dicho, estas ideas admitían un Dios impersonal, que estaba latente en todas las fuerzas del universo, y que en última instancia se identificaba con la “Naturaleza”. Este Dios entrañado en el kosmos guiaba todas las fuerzas hacia un progreso indefinido, en el que el propio kosmos, y especialmente la raza humana, se perfeccionarían. Entrañado en todos los seres como el agua en una esponja o la tinta en un papel secante, este Dios impersonal también está “embebido” en el hombre. Es una fuerza que produce en nosotros sensaciones interiores, aspiraciones de carácter religioso más o menos vagas. Cada uno intenta satisfacer estas aspiraciones forjándose una religión a su medida, o eligiendo una de las diversas religiones ya conocidas. Dicho esto, todas las religiones existentes, o las que aún puedan producirse, son igualmente legítimas, pues cumplen su función en la medida en que satisfacen las aspiraciones religiosas de los hombres que las engendraron. En vista de esta concepción, es perfectamente indiferente preguntarse si los dogmas de tal o cual religión son verdaderos. De hecho, todos los dogmas son falsos, productos de la mente humana que los ha concebido para su propia satisfacción. Son para adultos, más o menos como los cuentos de hadas para niños. Visto desde este ángulo, el Catolicismo tiene dos aspectos. Por un lado, una muy buena: como religión creada por un gran número de hombres para satisfacer sus necesidades religiosas. Por otra, una muy mala: mientras se pretenda que nuestros dogmas son realmente verdaderos, ya que, sostenían, son tan obviamente falsos como los de cualquier otra religión. Y luego venía toda una explicación de objeciones contra la doctrina católica: se negaba la divinidad de Jesucristo, la existencia de lo sobrenatural, la existencia misma de un Dios personal, la veracidad de los hechos narrados en los Libros Sagrados, etc., etc. Si se le preguntara a un sabio de esta escuela si era enemigo del catolicismo, respondería que no lo era, pero que le parecía perfectamente ridículo ver en él una religión objetivamente verdadera. Sus dogmas eran falsos, eran mutables, de hecho, ya habían sido unos al principio del cristianismo y se convertirían en otros con el paso del tiempo.

En vista de esto, ¿qué hacían los modernistas? En lugar de desenmascarar la nueva doctrina, mostrando que en última instancia negaba todas las religiones, incluida la católica, contemporizaban:

a) — algunos, más “moderados”, se limitaban a hacer coro con los escritores impíos, sobre puntos “secundarios”, es decir, negando la autenticidad de reliquias y hechos hagiográficos venerables, hasta entonces tenidos por incontestables; aceptando interpretaciones capciosas de la Sagrada Escritura, tendientes a dar un sentido más “racional” a tal o cual tema; abogando por una adaptación de toda la disciplina de la Iglesia a las costumbres y estilos del siglo XX;

 b) — otros, más atrevidos, insinuaban la posibilidad de reformar el propio dogma en puntos considerados “menos importantes”, bajo el alegato de que algunos de ellos deberían acompañar el progreso de las ciencias. También exigían la “reforma” de ciertos puntos morales, como la indisolubilidad del matrimonio, que consideraban manifiestamente anacrónicos.

c) — Otros, finalmente, no conociendo ya límites a su audacia, presentaban en sus libros, en lenguaje velado, toda la doctrina de los escritores impíos.

El “movimiento”

El modernismo “católico” se extendió en los círculos eclesiásticos de Europa y América con la suavidad y rapidez de una mancha de aceite. Cuando Pío X ascendió al trono pontificio, este movimiento ideológico ya constituía un poder, que contaba con la colaboración de profesores universitarios, escritores, periodistas, hombres de acción y personalidades sociales de todo tipo.

¿Había un directorio que guiara todo este esfuerzo? Es difícil responder a esta pregunta, pero lo cierto es que ocurrieron muchas cosas como si este directorio existiera. Así, los modernistas de todos los países mantenían una estrecha correspondencia entre sí, se elogiaban ardientemente y cooperaban estrechamente hacia un mismo fin... todo con tal precisión, tal armonía, tal esfuerzo conjunto de todos hacia el objetivo común, que verdaderamente en ciertos momentos se tenía la impresión de que había algo coordinado en tanto trabajo.

 La estrategia

Esta impresión era especialmente clara para cualquiera que observara con diligencia la estrategia modernista:

 a) en primer lugar, guardaban tal o cual secreto. Para mejor “despistar”, solían evitar una presentación sistemática y lógica de su doctrina. Incluso parecían discrepar entre sí en uno u otro punto. Era necesario un análisis muy maduro para percibir que estas discrepancias eran totalmente accidentales o incluso inexistentes; y que en medio de tal aparente confusión existía una perfecta unidad de pensamiento;

b) por otro lado, los más atrevidos no expresaban su pensamiento por completo. Hablaban mediante metáforas, circunloquios. Era necesaria una especie de iniciación para llegar a un conocimiento pleno de su forma de pensar;

c) para escapar a cualquier condena pontificia, llegaban a publicar libros bajo los nombres de autores hipotéticos, lo que permitía a un mismo escritor llevar varias máscaras y engañar más fácilmente a los incautos;

d) finalmente, cuando eran llamados a explicarse, se retractaban fácilmente, para volver más tarde, en otra obra, a predicar de nuevo el error.

 Es doloroso decirlo, pero esta estrategia fue seguida no sólo por laicos, sino incluso por Sacerdotes, hasta tal punto el fanatismo modernista había borrado las conciencias.

e) cuando alguien atacaba sus doctrinas, le movían una “guerra total”, que iba desde la refutación doctrinal hasta una campaña de difamación personal. Y cuando no tenían nada que objetar doctrinal o personalmente, organizaban una campaña de silencio. A los así “castigados” se les cerraban todas las tribunas, todas las redacciones de los periódicos, las puertas de todas las revistas e incluso de muchas asociaciones religiosas. Era el ostracismo.

Objetivos

Los objetivos del movimiento eran claros. Se trataba de transformar la Iglesia desde dentro. Se trataba de una evolución que debía hacerse blandamente, sin sobresaltos ni ruido, pero que debía ser, en última instancia, la mayor de las transformaciones experimentadas por la Iglesia en su historia veinte veces secular. Para ello era esencial que los modernistas se mantuvieran en ambientes católicos; que ocuparan cátedras, púlpitos, periódicos y revistas católicos; que hablaran siempre en nombre de la opinión católica. En nuestros días, esto se llamaría una quinta columna. Pero en la época de Pío X la palabra aún no existía. Llama la atención el caso de un sacerdote modernista cuyo libro había sido condenado. Se le preguntó si se rebelaría y abandonaría la sotana, o si abjuraría de sus ideas. Sonrió e, indicando que no haría ni una cosa ni la otra, dio esta respuesta: “Me compraré una sotana nueva”.

 La posición de Pío X

¿Qué haría el Papa? Ante el modernismo, ¿cerraría los ojos? Muchas razones parecían aconsejar esta táctica:

a) varios de los líderes modernistas eran inteligentes, capaces de la más intensa actividad apostólica, de incuestionable probidad de vida. Sería extremadamente doloroso golpear a personas dignas de tan alta estima;

b) entonces, al golpearlos, ¿no correría el riesgo de arrastrarlos a la apostasía? Dado que no pocos Sacerdotes, incluso Religiosos, se encontraban entre los apóstatas eventuales, ¿no sería esto un escándalo notable para los fieles?

c) ¿Merecería la pena dividir a los católicos en tiempos de conflicto?

d) El Papa es un padre de misericordia. ¿Es correcto que su ministerio actúe con severidad con una corriente en cuyas filas puede haber muchas personas bienintencionadas?

Este último punto llama especialmente la atención. Pío X era de una bondad angelical. Nadie se acercaba a él sin experimentar los efluvios de su bondad. ¿Actuaría con una severidad que parecía tan contraria a su temperamento?

La solución de un santo

En primer lugar, con paternal bondad, Pío X amonestó en privado a los máximos responsables, aconsejándoles, exhortándoles, advirtiéndoles. Ante la inutilidad de estos esfuerzos, comenzó a actuar públicamente, refiriéndose al asunto con una energía llena de severos pronósticos. El 3 de julio de 1907, la Sagrada Inquisición Romana y Universal publicó el famoso decreto “Lamentabili”, en el que se condensaban las principales doctrinas modernistas, todas ellas condenadas por la Iglesia. Aun así, no fue suficiente. Pío X asestó entonces el golpe fulminante de la Encíclica “Pascendi Dominici Gregis”, del 8 de Septiembre de 1907, en la que, con una energía que podría calificarse de hercúlea, si no sobrenatural, denunció y estigmatizó el modernismo.

 En esta Encíclica, Pío X expone ampliamente toda la doctrina modernista, muestra su identidad con el pensamiento impío en boga en el siglo XX, relata los orígenes del movimiento, sus tácticas, la perfidia de sus estratagemas, la insinceridad de sus procesos de acción y, finalmente, indica los remedios para este “torrente de gravísimos errores que, abierta y encubiertamente, se va abultando”.

Finalmente, una serie de las más severas excomuniones, expulsando de las filas católicas a muchos líderes del movimiento, acabó por desmantelar todo el sistema de incrustación modernista en las filas de la Iglesia.

La actualidad del ejemplo

En primer lugar, observemos cómo Pío X se situó en una posición totalmente opuesta al campo de los que piensan que es mejor retroceder ante el adversario, y pasar por debajo de él, que enfrentarse a él. Este es el primer ejemplo que debemos considerar detenidamente.

Observemos, por otra parte, cómo Pío X, el Pontífice a quien los hombres aclamaban por una bondad que parecía más la de un ángel que la de un hombre, supo ser de una energía invencible frente al mal. La bondad no excluye la energía; al contrario, la completa. Y contra los que se obstinan en el mal hay que ser enérgico hasta donde sea necesario para evitar que propaguen sus errores y extravíen a los buenos. Así actúa el Buen Pastor frente al lobo con piel de oveja…

Por último, consideremos la confianza de Pío X en lo sobrenatural. La fuerza de la Iglesia no viene de los hombres, sino de Dios. En el cumplimiento de su misión, no tiene que temer ni a tiranos ni a multitudes. Confiando en Dios, puede proceder con valentía evangélica, porque la victoria será suya.

 Estos ejemplos tienen una profunda aplicación en la vida de todos nosotros. Cuando tengamos que luchar contra los errores modernos de los que está saturado el entorno que todos frecuentamos, sabremos que nuestro deber es reaccionar y no retroceder. Cuando un falso ideal de bondad nos sugiera cobardía ante la maldad triunfante, sabremos que la bondad no consiste en permitir que los malvados aniquilen a sus hermanos a su antojo. Cuando nos parezca que la lucha es demasiado desigual, seguiremos luchando incluso con redoblado vigor, porque sabremos que nuestra victoria viene de Dios y no de nosotros.


NOTAS

- Las letras en negrita proceden de este sitio.

- Considerar que este artículo fue redactado tres años antes de la canonización de San Pío X (29 de mayo de 1954), de ahí que no se le nombre como Santo en el texto.

- Para profundizar en el conocimiento de San Pío X y especialmente su lucha contra el “modernismo” recomendamos a nuestros visitantes la sección “Especial” sobre San Pío X (en portugués). Para acceder pinchar aquí.

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