León XIII

 

Pervenuti all'anno vigesimo quinto

 

(“Parvenu à la Vingt-Cinquième Année”1)

 

 

 

 

 

 

 

 

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CARTA APOSTOLICA

VIGESIMO QUINTO ANIVERSARIO*

 DEL SANTISIMO SEÑOR NUESTRO LEÓN,

POR DIVINA PROVIDENCIA PAPA XIII,

A TODOS LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS

Y OBISPOS DEL MUNDO CATÓLICO

LEÓN PAPA XIII

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

 I - ACCIÓN DE GRACIAS POR EL LARGO PONTIFICADO Y ALEGRÍA POR LA UNIDAD

1. Agradecimiento a Dios por el Pontificado. Llegados al vigésimo quinto aniversario de Nuestro ministerio apostólico y maravillados realmente por el camino que hemos podido recorrer a través de arduas e incesantes preocupaciones, Nos sentimos, naturalmente, impulsados a elevar Nuestro pensamiento a Dios tres veces bendito quien, entre otras mercedes, quiso concedernos también la de una duración del Pontificado que casi no tiene parangón en la Historia; al Padre de todos que tiene en sus manos el secreto de la vida suba, por tanto, desde el fondo de Nuestro corazón el himno de alabanza. Verdad es que ningún ojo mortal puede penetrar completamente los designios divinos que son la causa de una existencia inesperadamente larga; no podemos sino adorarlos en silencio; una cosa, empero, sabemos: si el Padre eterno se complació y aún se complace en conservarnos la vida, pesa sobre Nos el altísimo deber de vivir para bien y provecho de su inmaculada esposa, la Iglesia, y de consagrarle, sin temer desvelos y sudores, el último resto de Nuestras fuerzas.

2. Unión de los Obispos con el Papa en medio de los ataques enemigos. Después de haber depositado a los pies de nuestro Padre celestial, a quien sea la gloria y el honor por los siglos de los siglo2, Nuestro deber de gratitud, Nos complacemos en dirigir Nuestro pensamiento y Nuestra palabra también a vosotros a quienes llamara el Espíritu Santo a guiar porciones selectas de la grey de Jesucristo, y que participáis con Nos en todas las luchas y cuidados, todas las pesadumbres y gozos del ministerio pastoral. Jamás olvidaremos las múltiples y gloriosas pruebas de vuestra fidelísima obediencia que nos habéis brindado en todo el transcurso de Nuestro Pontificado y que en santa emulación habéis reiterado en la presente ocasión. Si Nos ya estamos estrechamente unidos a vosotros por Nuestro deber ministerial y por Nuestro paternal amor, nos conmueven aún más íntimamente las demostraciones de vuestra veneración manifestada no sólo hacia Nuestra persona sino especialmente ofrendada, como expresión de vuestra filial adhesión, a la Santa Sede, centro y eje de todas las sedes del mundo católico. Si alguna vez hubo necesidad de que todas las clases y rangos de la Iglesia se estrecharan en apasionado abrazo de amor mutuo, teniendo los mismos sentimientos y anhelos para formar un solo corazón y una sola alma, es precisamente en los días que corren.

¿Habrá quien se llame a engaño respecto de la gran conjuración de las fuerzas del mal que amenazan derribar y despedazar la obra de Cristo; que con terrible tenacidad tratan de aventar en el campo espiritual el tesoro de las divinas enseñanzas y procuran destruir en el campo social las más sagradas y saludables instituciones del cristianismo?

Pero vosotros os encontráis diariamente con estos problemas; más de una vez, nos habéis comunicado vuestras preocupaciones y angustias al respecto, vuestras quejas por la marejada de prejuicios, falsas doctrinas y herejías que impunemente se apoderan de las muchedumbres. ¡Cuántos lazos falaces se tienden por doquiera a las almas fieles! ¡Con cuántos obstáculos se trata diariamente de impedir y dilacerar la obra beneficiosa de la Iglesia! Y para añadir la burla al daño se recrimina a la Iglesia misma que sea incapaz de recuperar su antiguo vigor ni pueda dominar las desenfrenadas y turbulentas pasiones que amenazan desembocar en un horrendo cataclismo.

 

II. LA LUCHA PERPETUA CONTRA LA IGLESIA

3. La lucha religiosa es, por su gravedad, un tema obligado. Nos os hablaríamos gustosos, Venerables Hermanos, sobre un tema más grato, más apropiado al fausto acontecimiento que nos invita dirigiros la palabra; mas no podemos, tanto por la grave opresión que sufre la Iglesia y que reclama un pronto remedio cuanto por la situación de la sociedad actual que ha abandonado la grandeza de las tradiciones cristianas y que, por ello, ya está sumiéndose en la miseria moral y material y  encaminándose hacia un porvenir aún más lóbrego; pues, es una ley de la Providencia, que la Historia confirma, que no se pueden transgredir los principios de la fe sin conmover los cimientos del progreso social beneficioso.

Para robustecer, alentar y llenar de confianza los ánimos en esta situación, conviene enfocar la lucha que arde en el mundo para mal de la Iglesia, señalando el origen de esa contienda, sus causas, sus variadas formas y sus funestas consecuencias, para indicar luego los remedios. Nos, por tanto, repetiremos lo que ya hemos dicho en anteriores oportunidades. ¡Ojalá resuene Nuestra voz en todos los ámbitos no sólo entre los hijos adictos a la unidad católica sino también entre los que están de nosotros separados y aun entre aquellos infelices que no creen, por cuanto todos son hijos del mismo Padre, todos, llamados a poseer finalmente el sumo bien! ¡Ojalá resuene como última voluntad Nuestra que Nos, colocados en el umbral de la eternidad, queremos manifestar a los pueblos, estimulando en todos la esperanza de que alcancen la salvación!

4. La Iglesia siempre ha sufrido persecuciones conforme a la profecía de Cristo. La Iglesia Santa de Cristo, en todos los tiempos, tuvo que sostener combates, sufrir persecuciones por la verdad y la justicia. Instituida por El mismo para propagar el reino de Dios en el mundo y para conducir a la humanidad, mediante la luminosa ley del mensaje salvífico, a su destino sobrenatural y a la consecución de bienes inmortales que Dios nos ha prometido, pero que sobrepasan nuestras fuerzas, tuvo necesariamente que chocar con las bajas pasiones que se arrastraban por los fondos de una antigüedad  decadente y perversa: con el orgullo, la concupiscencia, el desenfrenado afecto a los bienes terrenales, los vicios y perversidades, que de ellos nacen y que encontraban en la Iglesia siempre su más fuerte obstáculo.

La realidad de esas persecuciones no debe sorprendernos, por cuanto nuestro divino Maestro mismo no los ha anunciado, y sabemos que ellas no se extinguirán hasta el fin de los siglos, pues, ¿qué dijo a sus discípulos al encomendarles la misión de llevar el tesoro de su doctrina a todas las naciones? Nadie ignora que dijo: Os perseguirán de ciudad en ciudad; seréis odiados y aborrecidos por mi nombre; os llevarán a los tribunales y os condenarán a las penas más infames3; y para alentarlos para el tiempo de visitación, Él se señaló a Si mismo como ejemplo: Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a Mi primero que a vosotros4. Estas son las alegrías, éste el premio que nos está prometido acá abajo.

5. Incomprensible la persecución de que se ha hecho objeto a Jesús. Al reflexionar recta y razonablemente sobre estas cosas nos resulta imposible explicar el motivo de ese odio. ¿A quién habría ofendido jamás el divino Redentor? ¿A qué leyes faltó? Impulsado por su inmenso amor descendió del cielo a los hombres, nos entregó una doctrina pura y consoladora, muy apropiada, por su mensaje de paz y amor, a convertir en hermanos a todos los hombres; no buscó grandeza terrenal ni honores; a nadie arrebató su derecho; en cambio, se mostró lleno del mayor amor para con los débiles, enfermos, pobres, pecadores y oprimidos; toda su vida no era sino un caminar entre los hombres para sembrar con manos generosas los beneficios en sus corazones.

Debemos, pues, conceder que no era sino el exceso de iniquidad humana el que las causó, tanto más lamentable e injusto cuanto el Señor, pese a toda su bondad, llegó realmente a ser, según el vaticinio de Simeón, la piedra de escándalo, el blanco de contradicción5.

6. La victoria sobre las persecuciones de antaño y hogaño. ¿Será de extrañar que la Iglesia Católica, la continuadora de la misión divina y la cuidadora indefectible de sus verdades sufra la misma suerte? El mundo permanece siempre igual. Al lado de los hijos de Dios se hallan siempre los secuaces de aquel gran enemigo del género humano que, rebelde desde el principio, es designado príncipe de este mundo por la Sagrada Escritura6. Y por eso, el mundo, lleno de ilegítima independencia, se infla de desmedido orgullo frente a la Ley y a Aquel que la anunció en el nombre de Dios. ¡Ay! ¡Cuántas veces se congregaron, con saña inaudita y con impertinente injusticia, los enemigos en aun más tormentosas épocas del pasado, a fin de realizar la empresa insensata de aniquilar la obra de Dios, para mal abierto de toda la organización social de los hombres, pasando, en caso de fracaso, de un género de persecución a otro para lograr su fin!

El Imperio Romano empleaba por tres largos siglos todos los medios de su poderío material, sembrando todas sus provincias de mártires y regando con su sangre cada pulgada de este sagrado suelo de Roma; y en unión con el estado, ora solapada, ora descaradamente, trataba la herejía con sus argucias e insidias, por lo menos, de desbrozar la concordia y la unidad de ella.

Apenas librada de esas calamidades, se abalanzaron sobre ella, como un torrente devastador del Norte, las hordas de los bárbaros y luego del Sur el Islam, dejando tras sí ruinas y páramos.

Así se agitaba siglo tras siglo la triste herencia de odio contra la esposa de Cristo, siguiendo luego la exageración del poder civil, el cesarismo, que lleno de suspicacia y afán de un mayor poder, henchido de envidia por la grandeza de la Iglesia la cual, pese a todo, se incrementaba continuamente, lanzó sus ataques contra ella para conculcar su libertad y arrebatarle sus derechos. Nos sangra el corazón al verla retorcerse en su angustia e indecibles dolores.

A pesar de ello, venció todos los obstáculos, todas las fuerzas contrarias, todas las opresiones; a pesar de todo, extendió siempre más sus pacíficos tabernáculos, y salvó el legado precioso de las artes, de la Historia, de las ciencias y de la Literatura; pese a todo, introdujo en el corazón de la vida societaria de los hombres el espíritu del Evangelio, formando, precisamente con ello, aquellas costumbres y aquella civilización que se llaman cristianas; comunicó a los pueblos que aceptaban su benéfico influjo, la justicia de las leyes, la mansedumbre de la conducta, la protección de los débiles, la caridad para con los pobres y desgraciados, el respeto universal del derecho y del honor; y como consecuencia de ello, en cuanto, en medio del torbellino humano fuese posible, aquella vida social pacífica que nace de la mejor armonía entre la libertad y la justicia.

7. La Reforma del siglo XVI y sus consecuencias. A pesar de estas pruebas tan claras, continuas y nobles de su valor interno, vemos a la Iglesia, no menos en los tiempos modernos que en la Edad Media y en la Antigüedad envuelta en luchas, en cierto sentido, aún más implacables y penosas que antaño. A propósito de una serie de bien conocidas causas históricas, la llamada Reforma del siglo XVI levantó la bandera de la rebelión, tratando de herir a la Iglesia en pleno corazón, al combatir rabiosamente el Papado. Destrozó el vínculo de la anterior unidad de jurisdicción y de fe que había congregado bajo sus alas maternales a los pueblos, constituidos en una sola grey la que no pocas veces había duplicado sus fuerzas, su aprecio y su honor por la armonía de sus esfuerzos y fines. La Reforma inyectó en las filas de los fieles una discordia lamentable y perniciosa. No queremos afirmar con ello que ese movimiento intentaba eliminar, desde el principio, el imperio de las verdades sobrenaturales; pero al rechazar, por un lado, la preeminencia de la Sede Romana que es la causa efectiva y conservadora de la unidad, y al introducir, por otro, el principio de la libre interpretación, sacudió a fondo la construcción del divino edificio, abriendo el camino de innumerables cambios, dudas y negaciones, aun en cuestiones de suma transcendencia, en una medida que superó en mucho la previsión de los novadores.

8. Los ataques de las herejías del siglo XVIII. De este modo, quedó abierta la brecha, sobre todo al añadírsele la falsa ciencia del siglo XVIII, tan pagada de sí misma como burlona, que sobrepujó la Reforma, convirtiendo en el blanco de su escarnio los libros de la Sagrada Escritura y rechazando de plano todas las verdades reveladas, con el fin de extinguir en la conciencia de los pueblos todo vestigio de la fe y toda huella de espíritu cristiano.

De estas fuentes brotaron las doctrinas del racionalismo y panteísmo, del naturalismo y materialismo que con apariencias de novedad resucitaron antiguas herejías las que habían sido refutadas victoriosamente por los Padres y apologistas de los tiempos del cristianismo primitivo. Así se engaña el orgullo del tiempo moderno que no quiere tener en cuenta sino a sí mismo, negando, igual que el paganismo, las cualidades del alma y su destino inmortal que la distingue.

9. Ataques modernos más universales y decisivos. La guerra que se mueve a la Iglesia se vuelve hoy día más decisiva que en el pasado no sólo en cuanto a su violencia sino especialmente por la amplitud del ataque, pues, la incredulidad moderna no se limita a la duda o la negación de estas o aquellas verdades de fe sino que combate más bien la totalidad de los principios consagrados por la revelación e insinuados por la recta razón, como son por ejemplo aquellas doctrinas santas y fundamentales que ilustran al hombre sobre el último fin de su existencia, que lo obligan a cumplir sus obligaciones, que le inspiran valor y seguridad, le prometen justicia invariable y felicidad perfecta más allá de la tumba, y, de consiguiente, le impulsan a subordinar el tiempo a la eternidad y la tierra al cielo. Y ¿qué le dan en cambio por estas enseñanzas que le quitan y por el incomparable fortalecimiento que le proporciona la fe? Una terrible inclinación a la duda que hiela los corazones y ahoga toda aspiración elevada del espíritu.

10. Los principios disolventes en la vida social y práctica. Estas doctrinas perniciosas, desgraciadamente, saliendo del campo de las ideas, se abrieron paso, como sabéis, Venerables Hermanos, a la vida diaria y a las organizaciones de la sociedad. Grandes y poderosos Estados los llevan continuamente a la práctica y creen propulsar, de este modo, el progreso de la cultura general; ellos se sienten desligados del deber de honrar públicamente a Dios, como si los poderes públicos no debían reconocer y fomentar los mejores principios de la vida moral; y no pocas veces sucede que se glorían de su completa indiferencia con respecto a todas las religiones, combatiendo, sin embargo, la única verdadera.

 

III. LAS CONSECUENCIAS DE ESTOS PRINCIPIOS PARA LA FAMILIA y EL ESTADO

11. El ateísmo y la impiedad socavarán todo orden moral y social. Este impío orden de vida debió traer y trajo consigo, necesariamente, una profunda destrucción del orden social, por ser la fe la base principal de la justicia y de la honorabilidad, como ya supieron los sabios más célebres de la antigüedad. Cuando se rompen los vínculos que atan al hombre a Dios que es el legislador y juez supremo y universal, no queda sino la apariencia de una moral, meramente profana, o como ellos dicen, de una moral independiente que hace caso omiso de la Razón eterna y de los preceptos divinos y que, por eso, lleva inexorablemente a la última y más desastrosa consecuencia que consiste en la conversión del hombre en norma para sí mismo. Incapaz ya de elevarse a los bienes sobrenaturales en alas de la esperanza cristiana, sólo buscará pastos terrenales en que pueda hartar el hambre de todos los goces y comodidades de la vida, y se aumentará la sed de placeres, el afán de riquezas, el deseo de rápido y excesivo lucro sin atender las reclamaciones de la justicia, se consumirá en ambición y en fiebre de satisfacerla aunque sea mediante el atropello del derecho, y finalmente, llegará al desprecio de las leyes y de la autoridad pública para desembocar en una licencia general de costumbres que traerá consigo un verdadero descalabro de la civilización.

12. Fatales consecuencias para la familia. ¿Exageramos, por ventura, las funestas consecuencias? No, pues, los hechos que se presentan a Nuestros ojos comprueban demasiado elocuentemente Nuestras deducciones, poniéndose de manifiesto que los cimientos de la sociedad humana cederán si no se pone pronto remedio a la situación, por cuanto se están desquiciando los supremos principios del derecho y de la moralidad imperecedera.

En todos los miembros del organismo social se harán sentir las torturantes consecuencias, comenzando por la familia, pues, el Estado laico, sin atender a los límites de sus derechos y al fin esencial que tiene cada cosa, intervino con su acción para profanar el vínculo matrimonial, despojándolo de su carácter religioso, irrumpió con suma violencia en su derecho primario a la educación de los hijos, destruyó a menudo la indisolubilidad del matrimonio permitiendo legalmente el nefasto divorcio. No hay quien no vea qué frutos produce esta manera de proceder: con rapidez increíble aumentaron los casos de matrimonios que no se basaban sino en perversas pasiones y que, por ello, ya se separaban después de breve tiempo o degeneraban en penosos litigios o terminaban en vergonzosos adulterios. No queremos hablar aquí de los niños inocentes que sufren por la despreocupación de los padres o que se pervierten por el mal ejemplo de ellos o por el veneno que el Estado oficialmente laico les proporciona.

13. Daño para la sociedad y el Estado. La familia y el orden social y estatal van de la mano; los perjuicios que padece la familia originan daños en la sociedad y el Estado, especialmente hoy día, a causa de las nuevas doctrinas que trastornan el concepto jurídico del poder civil de tal modo que aun falsifican su origen. En efecto, si se supone que la soberanía del poder nace del acuerdo de las masas y no de Dios, príncipe supremo y eterno, origen de todo poder, pierde a los ojos de los súbditos su carácter más sublime, y degenera del todo, llegando a ser una soberanía artificial que descansa sobre bases tan endebles y variables como la voluntad del hombre. Y ¿no se ven las consecuencias de ello también en las leyes de los Estados? Demasiadas veces no son el producto de la "razón escrita" sino de la arbitrariedad del número y de la prepotencia de un partido político. Por eso mismo, se halaga a las concupiscencias desenfrenadas de las masas, se sueltan las riendas a las pasiones populares, aunque perturben la laboriosa tranquilidad de los ciudadanos, a no ser que, después, en casos extremos, se las suprima a mano armada y sangrienta.

14. Trastornos en las relaciones internacionales y la paz. El desprecio de la influencia cristiana la cual dispone de fuerzas para hermanar a los pueblos y unirlos en una como familia, llevó en el orden internacional, poco a poco, a un estado de egoísmo y de celos en que los pueblos sólo se miran con sentimientos de odio, si no con la desconfianza de rivales. De allí que en sus empresas recurran a las tentativas secretas de hacer olvidar los altos conceptos de moral y justicia y el amparo de los débiles y oprimidos, con el solo propósito de aumentar hasta límites inconcebibles la riqueza de su nación, no preocupándose sino del éxito y provecho y de la fortuna de los hechos consumados, sintiéndose completamente seguros de que nadie los obligará a respetar el derecho. Tristes pruebas son éstas de que la fuerza bruta se ha convertido en suprema ley del mundo; por eso, los preparativos guerreros, el armamentismo progresivo y desenfrenado o aquella paz armada que ha de equipararse en muchos aspectos a las más funestas consecuencias de una guerra.

15. Fomento de desorden y perturbación en el pueblo. Esta aberración moral lamentable constituyó un germen de intranquilidad en el organismo popular, germen de aflicción y de amargura enconada; de allí nacieron las continuas intrigas y perturbaciones del orden, preludio de tormentas aún más recias. La situación de miseria de tantas capas populares debe mejorarse y elevarse; pero, actualmente, sirve a maravilla a los obscuros propósitos de astutos agentes, especialmente del partido socialista que hacen al pueblo locas promesas para acercarse, de este modo, a la ejecución de sus criminales planes.

16. El anarquismo. El que se coloca en una pendiente, se deslizará, finalmente, por ella al abismo; de la misma manera, sus principios ya los han arrastrado a una verdadera conjuración de inauditos crímenes, cuyos primeros intentos han llenado a todos de horror. Bien organizados, ligados entre sí internacionalmente, ya se sienten capaces de levantar su mano criminal por doquiera, sin tener obstáculo alguno ni arredrarse ante ningún delito. Sus secuaces han roto todos los puentes con la ética, las leyes, la fe, y la moral; llamándose a sí mismos ácratas y anarquistas los cuales se proponen, con todos los medios que les aconseja su ciega pasión, desquiciar el orden social.

Y por cuanto este orden recibe su unidad y vigor del soberano que gobierna, dirigen todos sus ataques principalmente contra él. ¿A quién no sobrecoge el horror, la pena y la indignación al ver cómo en el lapso de pocos años se atacaron y asesinaron a emperadores y emperatrices, reyes y presidentes de poderosas repúblicas, y sólo porque estaban investidos del soberano poder?

 

IV. REMEDIOS INSUFICIENTES: LIBERTAD, HUMANISMO y CIENCIA

17. Males que nacen de una libertad ilimitada. En vista de un cúmulo tan grande de males que nos agobian y de peligros que nos amenazan, es Nuestro deber exhortar y conjurar nuevamente a todos los hombres de buena voluntad, y en especial a los que aspiran a cosas más elevadas, a reflexionar sobre los remedios más apropiados y a aplicarlos con rapidez y previsión. Ante todo, es menester conocer el género de ellos y examinar su valor. Oímos ensalzar hasta las nubes los grandes beneficios de la libertad, elogiarlos como remedios eficacísimos, instrumentos incomparables de una paz industriosa y de gran bienestar. Los hechos, empero, demostraron que eran inservibles para este efecto. La competencia económica y la lucha de clases estallan por todas partes, y de la vida ciudadana tranquila no se ve ni el principio. Aún más. Cualquier hombre es testigo de que con la libertad como ahora se la entiende, y que se concede tanto a la verdad como a la mentira, no se logrará sino la decadencia de lo noble, de lo sagrado y generoso, y no servirá sino para dejar paso libre al crimen, el suicidio, y el desorden de las pasiones de las grandes masas.

18. La ilustración sola fracasó. Se dijo también que el perfeccionamiento de la instrucción elevaba e ilustraba a las masas y las defendía contra las inclinaciones malsanas, reteniéndolas dentro del marco de honor y rectitud. Pero la cruda realidad nos enseña diariamente lo que vale una enseñanza, cuando carece de la firme educación en la fe y la moral. Los corazones de la juventud, en su inexperiencia y en su ardor pasional, se inflaman por la atracción de los falsos principios, especialmente por aquellos que un periodismo desenfrenado siembra a manos llenas y sin escrúpulos por todas partes, principios que corrompen la mente y la voluntad, nutren el espíritu de soberbia y rebeldía, el cual tan a menudo pone en peligro la paz de las familias y de los Estados.

19. El progreso de la ciencia no trajo la perfección apetecida. Mucho se ha esperado del progreso de la ciencia, y, realmente, cosas inauditas y maravillosas ha experimentado el siglo pasado. Pero ¿es seguro que, efectivamente, ha producido aquellos frutos abundantes, aquella plenitud de renovación que tantos anhelaban y esperaban de ella? El raudo vuelo de las ciencias abrió, ciertamente, nuevos campos a la inteligencia, ensanchó el dominio del hombre sobre la creación material, y nuestra vida terrenal sacó de allí innumerables ventajas. Sin embargo, todos sienten y confiesan que los éxitos no han correspondido a nuestros deseos. Al mismo resultado se llega, si se considera el estado espiritual y moral: las estadísticas de crímenes, el sordo odio que sube de las capas inferiores de la humanidad, el predominio de la fuerza sobre el derecho. Para no volver sobre la miseria del pueblo modesto, basta una sola mirada superficial para llegar a entender que una tristeza sin nombre aplasta las almas, y ansias insatisfechas arden en sus corazones.

El hombre se ha enseñoreado de la materia, pero la materia no le pudo dar lo que no posee; y los grandes problemas que se refieren a sus más altos intereses no han podido ser solucionados por la ciencia humana; la sed de verdad, de la perfección, de lo infinito ha quedado insatisfecha; el enriquecimiento del mundo con tesoros y alegrías, el aumento de las comodidades de la vida no ha disminuido la inquietud moral.

20. La vuelta al cristianismo traerá bienestar y tranquilidad. ¿Han de despreciarse y descuidarse, por eso, los progresos de la educación, de la ciencia, del progreso y de una libertad moderada y razonable? Decididamente que no. Debemos más bien cuidarlos solícitamente, fomentarlos y estimarlos como un acervo de preciosos bienes, por cuanto constituyen, de todos modos, medios que son de suyo buenos, destinados por Dios para bien de la humanidad. Para su uso debemos, empero, atender primero la intención del Creador y procurar que no se aparten de la base de la fe, en la cual reside su fuerza y su valor, y que los convierte en frutos dignos. En esto está el secreto del problema. Cuando un organismo se marchita y se atrofia el hecho se debe a que cesa el influjo de las causas que le dieron figura y vigor. Y no cabe duda de que cuando le queremos devolver salud y florecimiento debemos sujetarlo de nuevo a las vivificantes influencias de esas mismas causas. Ahora bien; por el insensato conato de emanciparse de Dios, rechazó la comunidad civil lo sobrenatural y la revelación divina, sustrayéndose así al influjo vivificador del cristianismo, o sea, a la garantía más segura del orden, del vínculo más firme de la fraternidad, del manantial inexhausto de todas las fuerzas personales y sociales. Esta apostasía insensata causó el trastorno de la vida activa. La sociedad extraviada debe volver, pues, al seno del cristianismo si desea disfrutar de bienestar, tranquilidad y prosperidad.

 

V. LAS FUERZAS CURATIVAS DE LA IGLESIA

21. La Iglesia ha probado su poder de transformación moral. Como el cristianismo no penetra en ningún corazón humano sin mejorarlo, no se hace presente tampoco en la vida pública de un Estado sin consolidar el orden; con la idea de un Dios providente, sabio, infinitamente bueno e infinitamente justo, introduce en la conciencia el sentido del deber, endulza los sufrimientos, suaviza el odio, capacita para el heroísmo. Si el cristianismo ha transformado a pueblos paganos, y si esa transformación constituyó una verdadera resurrección de la muerte a la vida, de modo que la barbarie desaparecía en la misma medida en que se extendía el cristianismo, podrán también conducir al recto camino y poner en orden a los estados y pueblos de hoy, después de estos terribles sacudimientos de la incredulidad que presenciamos.

22. Sólo la Iglesia católica tiene la misión y el poder de restaurar el orden público. Pero expuesto esto, no lo hemos dicho todo aún. La vuelta al cristianismo sólo se convierte en remedio seguro y eficaz cuando significa al mismo tiempo el retorno a la Iglesia que es la única verdadera, santa, católica y apostólica; pues, el cristianismo tomó figura y cuerpo en la Iglesia Católica, aquella sociedad suprema, espiritual y perfecta que representa al místico cuerpo de Jesucristo y cuya cabeza visible es el Pontífice Romano, sucesor del príncipe de los apóstoles. Ella sola continúa la misión del Redentor; ella sola es la hija y heredera de la redención; ella difundió el Evangelio por todo el mundo y lo defendió con el precio de la sangre de sus hijos; ella posee la promesa del auxilio divino y de la existencia permanente; nunca se asocia al error y cumple el encargo de conservar la doctrina de Cristo hasta la consumación de los siglos.

Genuina maestra de las leyes morales del Evangelio no sólo se convierte en consuelo y salvación de las almas sino también en fuente inagotable de su justicia y amor, e igualmente en mensajera y protectora de la verdadera libertad y de la única igualdad que es posible entre los hombres. Ella aplica la doctrina de su divino Fundador y mantiene en justo equilibrio los límites auténticos de todos los derechos y prerrogativas del organismo social. La igualdad que predica conserva intacta la diferencia de los varios estratos de la sociedad, como lo pide claramente la creación; la libertad, que ella comunica para impedir la licencia de la razón que huyó de la fe y que está abandonada a sí misma, no hiere las prerrogativas de la verdad, que sobrepujan a las de la libertad, ni quebranta las leyes de la justicia que valen más que las del número y de la fuerza, ni cercena los derechos de Dios que son superiores a los de los hombres.

23. Su benéfico influjo en el orden doméstico, social y estatal. Frutos no menos saludables produce la Iglesia en el orden doméstico, pues no sólo se opone a las influencias malsanas que la licencia de la incredulidad ejerce sobre la familia, sino que la conduce a la unidad y firmeza del vínculo matrimonial y lo conserva, protege e incrementa su honestidad, fidelidad y santidad.

Del mismo modo sostiene y consolida el orden social y estatal, apoyando eficazmente, por un lado, el poder civil y, por el otro, ayudando amigablemente a los súbditos en sus justas aspiraciones con sus sabias reformas, exigiendo respeto v obediencia para los gobernantes y defendiendo a toda costa los inalienables derechos de la conciencia individual. Con esto, los pueblos que siguen sus enseñanzas se hallan, con su auxilio, libres tanto de la esclavitud como de la tiranía.

24. Hacer resaltar esa misión de la Iglesia ha sido la obra de su Pontificado. Nos, plenamente conscientes de esa fuerza divina, desde el principio de Nuestro Pontificado Nos hemos propuesto asiduamente a destacar muy claramente las intenciones benévolas de la Iglesia y de difundir, en cuanto nos fuese posible, la acción saludable que ejerce mediante los tesoros de sus doctrinas. A esa finalidad obedecían las principales manifestaciones de Nuestro Pontificado, señaladamente las Encíclicas sobre la filosofía cristiana, sobre la libertad humana; el matrimonio cristiano, la secta de los francmasones, sobre los poderes públicos, la constitución cristiana del Estado, el socialismo, la cuestión obrera, los principales deberes del ciudadano cristiano y otros tópicos semejantes.

El deseo ardiente de Nuestro corazón fue no sólo el de ilustrar las mentes sino también el de mover y purificar los corazones, concentrando Nuestros esfuerzos en hacer florecer nuevamente entre los pueblos las virtudes cristianas. Sin cesar hemos dado Nuestros consejos y admoniciones para elevar los espíritus hacia los bienes imperecederos, procurando subordinar el cuerpo al alma, el hombre a Dios y la peregrinación terrenal a la vida eterna. Con la bendición del Señor pudimos contribuir con Nuestra voz a robustecer la convicción de no pocos, a iluminarlos mejor respecto de muchos problemas difíciles de nuestros tiempos, a encender su fervor, fomentar las más diversas obras que surgían en todos los países y aun nacen a diario, en especial en favor de las masas desheredadas, resucitando aquella caridad cristiana que halla su campo predilecto de acción entre las masas.

Si la mies no ha sido más abundante, Venerables Hermanos, adoramos a Dios en las misteriosas disposiciones de su justicia y lo imploramos al mismo tiempo a fin de que se compadezca de la ceguera de tantos pueblos a quienes se podrá aplicar aquella queja terrible del Apóstol que dice: El dios de este mundo cegó la inteligencia de los infieles para que no brille en ellos la luz del Evangelio, la gloria de Cristo7 (deus huius saeculi excaecavit mentes infidelium, ut non fulgeat illuminatio evangelii gloriae Christi).

 

VI. INCRIMINACIONES IRRAZONABLES

25. Las torpes calumnias de combatir el progreso y de entrometerse en política. Por más que la Iglesia católica despliegue su celo en bien de la moral y del progreso material de los pueblos, esos hijos de las tinieblas, sin embargo, la atacan astutamente, no perdonando medios para obscurecer su hermosura divina e impedir su acción vivificante y redentora, empleando una infinidad de sofismas y calumnias.

Uno de sus artificios más infames consiste en presentar a la Iglesia, a los ojos del pueblo poco avisado y de los gobiernos celosos, como adversaria del progreso científico y enemiga de la libertad a la par que potencia que se arroga los derechos del Estado e irrumpe en el campo político. Acusaciones torpes son éstas que fueron mil veces repetidas, pero también mil veces refutadas por la razón, la Historia y la unánime convicción de todos los amigos sinceros de la verdad.

26. La Iglesia y la ciencia y la educación. ¿La Iglesia sería enemiga de la ciencia y de la educación? No cabe duda de que la Iglesia, en primer término, custodia vigilante el tesoro de las verdades reveladas; pero precisamente, esa vigilancia la convierte en favorecedora benemérita de la ciencia y cultivadora de toda ilustración de buena ley. Al penetrar en el espíritu de las revelaciones de la palabra divina, la verdad suma y fundamento sólido de todas las verdades, nunca y de ningún modo, dañará el conocimiento de la razón; por el contrario, la luz del orden divino llevará siempre vigor y claridad a la inteligencia humana y la preservará en los problemas más transcendentales de una torturante inquietud y del error.

Por lo demás, 19 siglos de gloria, conquistada por el Catolicismo en todos los campos de la ciencia bastan y sobran para refutar a aquellas mentiras. En efecto, a la Iglesia debe atribuirse el mérito de haber difundido y defendido la sabiduría cristiana sin la cual el mundo aun hoy día se encontraría en medio de las tinieblas de la superstición pagana y en la abyección de la barbarie. Ella puede blasonarse de haber conservado y transmitido a nuestras generaciones los tesoros preciosos de las bellas artes y de las ciencias antiguas; de haber abierto las primeras escuelas, fundado las universidades que aun hoy día existen y gozan de fama universal; bajo su amparo se refugiaron los más afamados artistas y se inspiró la más profunda, más pura y más gloriosa literatura.

27. La Iglesia y la libertad. ¿La Iglesia enemiga de la libertad? ¡Ay! ¡Hasta qué punto falsifican un concepto que bajo esta palabra alberga uno de los dones más exquisitos de Dios, empleándola para justificar los abusos y el desenfreno! Si por libertad se entiende que, al margen de toda ley y libre de toda restricción, puedan hacer lo que se les antoje, entonces la Iglesia rechazará siempre esa libertad, y todo hombre de sana moral hará otro tanto; pero si por libertad se entiende la posibilidad de hacer el bien conforme a la razón, sin impedimento, en el campo más vasto de acción, siempre según las normas de la ley eterna, en lo cual consiste, realmente, la libertad digna del hombre y beneficiosa para la sociedad, entonces nadie la favorecerá más que la Iglesia; pues, por su doctrina y su obra libró a la humanidad del yugo de la esclavitud, anunciando el gran mandamiento de la igualdad y fraternidad humanas. En todo tiempo amparó a los débiles y explotados contra la prepotencia de los poderosos; conquistó al precio de la sangre de sus mártires la libertad de la conciencia cristiana; recuperó para la mujer y el niño la dignidad de su noble naturaleza y la participación en los mismos derechos de respeto y justicia, contribuyendo en gran medida a la introducción y mantenimiento de la libertad civil y política de los pueblos.

28. La Iglesia no se entromete en los derechos estatales y la política. ¿La Iglesia usurpa los derechos del Estado e irrumpe en el campo político? Pero si la Iglesia sabe y enseña que su divino Fundador mandó dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios8 y que estableció, de este modo, la diferencia invariable y eterna de estos dos poderes, ambos en perfecta soberanía en su orden respectivo, distinción fecunda que influyó poderosamente en el desarrollo de la vida cristiana.

En su espíritu lleno de amor la Iglesia no conoce intenciones malévolas, no quiere sino colocarse al lado de los poderes estatales para actuar, sí, sobre el mismo súbdito, el hombre y sobre la misma sociedad, pero con aquellos medios y con aquellas elevadas finalidades que resultan de su misión divina.

Donde, sin suspicacia, se aceptó su colaboración, ayudó a incrementar todas aquellas ventajas que arriba enumeramos, La acusación de tendencias ambiciosas de la Iglesia no es sino una antigua calumnia de que sus potentes enemigos se valían como pretexto para justificar sus ataques. Al reflexionar, sin prejuicios, sobre la Historia, encontramos abundantes testimonios de que la Iglesia, lejos de oprimir a los demás, ha sido a menudo, al ejemplo de su divino Fundador, la víctima de las violencias e injusticias, y eso, porque su fuerza reside en la virtud del pensamiento y de la verdad y no en el poder de las armas.

 

VII. LA LUCHA DE LA MASONERÍA

29. Los manejos secretos de la masonería. Estas y parecidas incriminaciones se basan en una intención maliciosa. En esa conducta perniciosa y desleal se destaca una secta tenebrosa a la que la sociedad durante largos años ha venido incubando en su seno, cual enfermedad maligna, que mina su salud, su fecundidad y su vida. Encarnación perpetua de la revolución, constituye una especie de sociedad al revés que obra con el fin de dominar por medios ocultos la sociedad reconocida y de combatir a Dios y a la Iglesia.

No es menester aquí decir su nombre, pues, por estas características todos saben que se trata de la francmasonería de la cual hemos hablado extensamente en Nuestra Encíclica Humanum Genus, del 20 de Abril de 1884, donde señalamos sus fines esenciales, sus falsas doctrinas y sus acciones criminales. Esa secta que tendió su enorme red sobre casi todo el mundo y se asocia a otras sectas que dirige mediante hilos secretos, atrayendo a sus miembros con el cebo de ventajas que les proporciona, reduciendo a la obediencia a sus dirigentes, ora por medio de promesas, ora por amenazas.

Esa secta se ha introducido en el seno de la sociedad y representa, por así decido, un estado invisible e irresponsable dentro del Estado genuino. Dominada por el espíritu de Satanás quien, según las palabras del Apóstol, sabe disfrazarse de ángel de luz9 esta secta se gloría de fines humanitarios, pero lo explota todo para sus fines sectarios, y mientras declara no perseguir fines políticos, trabaja con gran ardor en la legislación y administración del Estado; mientras habla del respeto por el gobierno y aun por la fe, su última finalidad consiste —sus estatutos lo confirman— en destruir los principados y el sacerdocio, pues, considera a ambos, enemigos de la libertad.

30. Planes masónicos universales para destruir la Religión. Se pone siempre más claramente de manifiesto que a las instigaciones y maniobras de esta secta se deben, en gran parte, las continuas mortificaciones a que la Iglesia se halla expuesta y también el estallido de los recientes ataques. En realidad, lo simultáneo de la persecución que sin causa que corresponda a los efectos estalló como rayo caído de un cielo sereno; la igualdad de los argumentos con que, en la prensa diaria, en las asambleas públicas y en representaciones teatrales la preparaban; el empleo universal de las mismas armas de la calumnia y demagogia revelan la unidad de los planes y prueban que el santo y seña debe haber partido de un solo centro director. Esta lucha incorporada a aquellos planes preconcebidos se desencadena por doquiera para multiplicar los perjuicios que Nos ya hemos enumerado, y principalmente para disminuir la enseñanza religiosa hasta llegar a su total abolición, lo cual les permite formar generaciones enteras de indiferentes incrédulos, para combatir por la prensa la moral de la Iglesia y para escarnecer, finalmente, sus costumbres y profanar sus fiestas.

31. Ataques especiales al sacerdocio y la Iglesia. Se entiende por sí mismo que con especial furia tomen como blanco de sus ataques al sacerdocio católico, llamado a difundir vivamente la fe y administrar los misterios, para rebajar su dignidad y debilitar su influencia en el pueblo. Esa campaña insidiosa crece de día en día, se interpreta malignamente todos los actos del clero, se les hace sospechosos y se los enloda con las más infames calumnias; y la campaña crece a medida de la impunidad con que cuenta.

Así se suman nuevos perjuicios a los que sufre el clero desde hace bastante tiempo: por el servicio militar que le arranca de su preparación al apostolado, y por el despojo de los bienes eclesiásticos con que la piadosa generosidad de los fieles lo había dotado libremente.

32. Ataques a las órdenes religiosas. Las Órdenes y Congregaciones religiosas, que por el ejercicio de los consejos evangélicos constituyen un ornato tanto para la Iglesia como para la sociedad, son escarnecidas y calumniadas, como si a los ojos de los enemigos de la Iglesia tuviesen una culpa especial. Nos duele recordar cómo también, en tiempos recientes, fueron vejadas con medidas odiosas e inmerecidas que todo corazón honrado debe condenar enérgicamente.

De nada les valió la integridad de su vida a la cual aún sus enemigos no encontraron qué recriminarles seria y razonablemente; de nada, el derecho natural que permite que los hombres se reúnan en sociedad para fines honestos; de nada, las disposiciones de las constituciones nacionales que confirman el derecho natural; de nada, la simpatía y respeto del pueblo que agradecido reconocía sus servicios que en las ciencias, artes, agricultura y en su acción caritativa había prestado a la innumerable muchedumbre de los pobres. Hombres y mujeres, hijos del pueblo que voluntariamente habían renunciado a las alegrías de la familia para consagrar, en sociedad pacífica con otros, su juventud, sus talentos, su actividad, su vida entera al bien del prójimo, fueron condenados al destierro como bandas de malhechores – y eso, bajo el reinado de la tan cacareada libertad.

33. Despojo de dominios y ataque al Romano Pontífice. A nadie sorprenderá el que se persiga de este modo a los carísimos hijos cuando al Padre, es decir, a la cabeza misma de los católicos, al Romano Pontífice, no han tratado mejor. Los hechos son bien conocidos. Mediante el despojo de sus dominios temporales, le quitaron aquella independencia que necesita para cumplir su misión divina universal, obligándolo, bajo la presión de la potencia enemiga, a recluirse en su propia habitación de Roma, llegando a parar, pese a las aseveraciones burlonas de respeto y de vanas promesas de libertad, a una situación del todo injusta y contraria a toda ley, indigna de su alta investidura. Demasiado bien hemos conocido los obstáculos que se levantaron alrededor de él, mofándose a menudo de sus intenciones y despreciando su dignidad. Siempre más claramente se pone de manifiesto que el despojo del dominio político no se llevó a cabo sino para destruir poco a poco el poder espiritual de la cabeza de la Iglesia; lo que, sin ambages, conceden los que fueron los verdaderos instigadores de la medida. Juzgando por los efectos, ese acto no era sólo contrario a la alta política del Estado sino también perjudicial para la sociedad, pues, las heridas que se infligían a la fe eran otras tantas llagas que se abrieron en el corazón de la comunidad. Dios que ha creado al hombre con inclinaciones netamente sociales fundó en su sabiduría también a la Iglesia y la colocó, según las palabras de la Biblia, sobre el Monte Sion para que sirviese de lumbrera10 y con sus rayos fecundos iluminase el fundamento de la vida, y desenmadejase, así, los múltiples enredos de la sociedad humana, dando a conocer sabias y celestiales reglas con qué lograr su mejor constitución. Pues cuando la sociedad se sustrae de la Iglesia que representa una parte notable de sus fuerzas, decae y se derrumba porque separó lo que Dios quiso ver unido.

34. Deseo de comprensión. No Nos hemos cansado en recalcar en toda oportunidad esas verdades, y, en esta ocasión extraordinaria, lo quisimos volver a hacer extensamente. Plega a Dios que los fieles saquen de allí fuerzas y normas para realizar sus obras con mayor éxito, para provecho del bien común; y que logren también los adversarios la comprensión de que proceden con mucha injusticia al perseguir a la más amante de las madres y la más segura bienhechora de la humanidad.

 

VIII. CONFIANZA EN LA VICTORIA FINAL

35. Causas y fines de las persecuciones. Nos no quisiéramos que la pintura de la tristísima situación del momento sacudiera, en los corazones de los fieles, la plena confianza en el auxilio divino, que traerá a su tiempo y a su modo la victoria final. Nos sentimos apenados en lo más hondo de Nuestra alma por las actuales circunstancias, pero no experimentamos ningún temor por el destino imperecedero de la Iglesia. La persecución es, como decíamos al principio, su herencia, porque Dios crea mediante ella bienes aún más sublimes y valiosos, al probar y purificar a sus hijos. Pero al permitir las torturas y adversidades da también su auxilio divino que proporciona nuevos e inesperados medios para conservar y desarrollar su obra sin que para daño de El los poderes conjurados puedan prevalecer. Diecinueve siglos de vaivenes humanos prueban que las tormentas pasan sin turbar jamás el fondo.

36. Signos de esperanza: mayor armonía y unión de la Iglesia. Podemos, realmente, alentar esperanzas; pues, la situación actual del mundo muestra señales que vuelven inquebrantable nuestra confianza. Las dificultades son terribles y extraordinarias, pero cierto es también que otros hechos que se desarrollan ante Nuestros ojos testimonian que Dios, en su bondad y admirable sabiduría, cumple sus promesas; porque mientras innumerables fuerzas se conjuran contra la Iglesia, mientras ella se halla despojada de todo sostén y auxilio humano, ella se levanta, sin embargo, majestuosa entre los pueblos y extiende su acción hasta las más diversas naciones de todas las zonas. No, el antiguo príncipe de este mundo ya no puede ejercer su imperio como antaño, desde que Jesús lo desterró de él. Los intentos de Satanás causarán, ciertamente, mucho mal, mas no tendrán éxito definitivo. Aun hoy día reina, no sólo en los corazones de los buenos sino también en el conjunto del mundo católico, una tranquilidad sobrenatural que, producida por el Espíritu Santo, vive y palpita en la Iglesia; tranquilidad que por la unión de los obispos con esta Santa Sede, ligados a ella más fuertemente que nunca, se extiende pacíficamente, en oposición sorprendente a las maquinaciones, ataques e incesante agitación de las sectas que perturban la paz social. Esta unión, fecunda en las más variadas obras de celo y amor, se despliega en perfecta armonía de los obispos con el clero, y de éste con los laicos católicos quienes con fe más sólida y libres de respeto humano, se acostumbran a la disciplina y el orden en su acción, levantándose, con noble emulación, para defender la causa sagrada de la Religión. Sí, ésta es la unión que hemos inculcado y volvemos a recomendar y bendecir ahora, a fin de que crezca y se oponga cual muro imbatible al ataque de los enemigos de Dios.

37. Aumento de piedad y de caridad. No hay nada más útil que la fundación, consolidación y unión de innumerables asociaciones que cual renuevos al pie del árbol, brotan y se desarrollan en el seno de la Iglesia de Nuestros días. No descuidan ningún género de piedad, sea referente a Jesús y sus adorables misterios, sea referente a su poderosa Madre o de los Santos que por sus eximias virtudes brillaron con vivísima luz, mientras, al mismo tiempo, vemos que no olvidan ninguna clase de beneficencia y caridad, preocupándose, de mil modos y por doquiera, de la educación de la juventud en la fe, del cuidado de los enfermos, de la moral pública y de la ayuda de los desheredados. ¡Con cuánta mayor rapidez se difundiría este movimiento, y cuántos frutos más opimos arrojaría, si no tropezara tan a menudo con corrientes injustas y adversas!

38. Labor misional. Y el Señor que mantiene a la Iglesia con tanto vigor en los países que desde hace mucho tiempo viven en su seno y disfrutan de la civilización que ella les trajo, nos consuela también con nuevas esperanzas, gracias al celo de sus misioneros que, pese a los albures que corren y a las penurias y sacrificios de todo género que los agobian, no pierden el ánimo y, aumentando de número, y conservando una admirable constancia, conquistan países enteros para el Evangelio y la civilización, a pesar de que se les retribuya frecuentemente, como a su divino Maestro, con murmuraciones y calumnias.

39. Signos de recuperación, motivos de esperanza. Las amarguras van siendo suavizadas, pues, por consolaciones, y en medio de las dificultades del combate tenemos suficiente motivo para la esperanza y la fortaleza, lo cual debía hacer reflexionar al sensato observador que no está cegado por la pasión, y hacerle comprender que Dios que no ha dejado en duda al hombre respecto del verdadero fin último de su vida y, por eso, le ha hablado, y habla aun hoy día en su Iglesia, la cual, visible y sostenida por el brazo divino, manifiesta dónde se halla la verdad y la salvación. De todos modos, este auxilio incesante debía alentar en nuestros corazones la esperanza indefectible de que, en el tiempo fijado por Dios, la verdad rasgue las tinieblas con que se la quiere envolver, que en un futuro no lejano brille con todo esplendor y que el espíritu del Evangelio vuelva a vivificar a los miembros fatigados y corrompidos de esta sociedad que se está desmoronando.

 

IX. LOS DEBERES DE LOS CATÓLICOS

40. La labor del clero y la colaboración de los laicos. De Nuestra parte, Venerables Hermanos, no escatimaremos esfuerzos para apresurar el día de la misericordia de Dios, trabajando con celo gozoso, como es Nuestro deber, para defender y extender el reino de Dios sobre la tierra.

Huelga exhortaros a vosotros; pues, conocemos vuestro celo apostólico. Ojalá el fuego que arde en vuestros corazones inflame a todos los ministros del Señor que colaboran en vuestra empresa con vosotros, pues, ellos están en contacto inmediato con el pueblo, conocen sus deseos, necesidades y sufrimientos, saben también a qué asechanzas y seducciones se hallan expuestos.

Cuando ellos, llenos del espíritu de Jesucristo, sobreponiéndose con serena dignidad a las pasiones políticas, unan su labor a la vuestra, harán milagros, con la bendición de Dios, iluminando con su palabra a las masas, atrayendo sus corazones con la bondad de su conducta y ayudándolas con amor al mejoramiento de su situación.

El clero, a su vez, encontrará un firme respaldo en la inteligente e incansable labor de todos los fieles de buena voluntad; y así los hijos de la Iglesia, que han experimentado la tierna solicitud de su Madre, se la retribuirán dignamente, acudiendo a la defensa de su honor y de sus glorias. Todos pueden colaborar a esa obra obligatoria y extremadamente meritoria: los sabios e ilustrados, por su exposición apologética y la prensa diaria, instrumento poderoso del cual abusan tanto Nuestros adversarios; los padres de familia y maestros mediante la educación cristiana de los niños; las autoridades y representantes del pueblo por la solidez de sus principios morales y la integridad de sus costumbres; todos, empero, por la confesión de su convicción religiosa que no conoce el respeto humano.

Nuestro tiempo exige altura de miras, generosidad de propósitos y observancia de disciplina; disciplina que debe manifestarse, ante todo, mediante la sujeción confiada y perfecta a las disposiciones de la Santa Sede, el medio principal para evitar o disminuir los daños de opiniones partidistas y para subordinar todas las fuerzas al servicio del fin supremo: la victoria de Cristo en su Iglesia.

 

EPILOGO

41. Plegaria del Papa a Dios por el éxito. Este es el deber de los católicos. El éxito será de Aquel que con su amor y sabiduría vela por su Esposa sin mancilla, según está escrito: Jesucristo ayer, hoy, y por los siglos de los siglos11. Dirigimos también en estos instantes Nuestra fervorosa y humilde plegaria a Aquel que con un amor infinitamente grande a la humanidad extraviada se entregó a una muerte de sublime martirio como víctima propiciatoria; a Aquel que, aunque invisible, empuña efectivamente el timón de la misteriosa nave, la Iglesia, mandando al mar y a los vientos y calmando las tormentas.

42. Exhortación a los obispos y Bendición Apostólica. Y vosotros, Venerables Hermanos, sin duda oraréis con Nos para que desaparezcan las calamidades que apremian a la sociedad, a fin de que bajo los rayos de la luz divina alcancen la cordura y comprensión aquellos que odian y persiguen la fe de Cristo, tal vez más por ignorancia que por malicia; para que los hombres de buena voluntad se robustezcan en santas obras, se apresure, así, la victoria de la verdad y de la justicia y amanezcan para la familia humana mejores días de paz y tranquilidad.

Entre tanto descienda sobre vosotros y todos los fieles que están confiados a vuestra solicitud pastoral, como augurio de las gracias anheladas, la Bendición Apostólica que os impartimos de todo corazón.

Dado en Roma junto a San Pedro, a 19 de Marzo de 1902, el año vigésimo quinto de Nuestro Pontificado.

LEON PAPA XIII.

Notas:

Las divisiones y subtítulos no son del original.

1. ASS, vol. 34. (P. II.) (1902) 413-432. Aunque esta Carta Apostólica no sea literalmente la última de León XIII, “Parvenu” constituye una especie de Testamento espiritual y resumen de la acción del Papa que abarca muy variados puntos de doctrina desde la unión de todos en la Iglesia y las persecuciones que sufre hasta los principios modernos disolventes de la vida social, civil, moral y religiosa, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, la libertad y ciencia; habla sobre la masonería como también la organización social y política, sobre la vida internacional de los pueblos, guerra y paz, la victoria final del cristianismo y los deberes de los católicos. La Iglesia, "blanco de contradicción" en el mundo de hoy podría ser su tema. — Esta encíclica no figura en la 1ª ed. trad. esp. para la 2ª ed.

2. I Tim. 1, 17.

3. Compare: MI. 23, 34; 10, 23; 22, 17; Me. 13, 13; Le. 21, 17.

4. Juan 15, 18.

5. Lucas, 2, 34.

6. Juan 12, 31; 14, 30; 16, 11.

7. II Cor. 4, 4.

8. Mateo, 22, 21.

9. II Cor. 11, 14.

10. Cfr. Hebr. 12, 22; I Pedro 2, 6; Mat. 5, 15.

11. Hebr. 13, 8.


 
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