Apéndice

 

 

 

 

 

 

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Desconcertantes declaraciones del Exmo. Sr. Arzobispo de La Habana sobre ingreso de católicos en el PCC

Texto de la Carta enviada por el señor Sergio de Paz, director de la agrupación "Cubanos Desterrados", al periódico "Diario Las Américas”, de Miami, publicada como colaboración el domingo 19-8-90, pág. 12-A. La Pastoral del Arzobispo de La Habana, que en ella se comenta, tuvo amplia y elogiosa difusión por parte de los participantes del ENEC en el exilio cubano, siendo reproducida por el Diario el domingo 29-7-90, pág. 4-A. 

Desde hace por lo menos dos décadas se viene articulando en Cuba una reestructuración completa de las relaciones entre el Episcopado, por un lado, y la dictadura de Fidel Castro, por otro. Informaciones sobre dicho proceso, si bien que fragmentarias, constan en numerosos artículos y noticias de prensa, publicados dentro y fuera de la isla-prisión. A este respecto, puede verse el libro recientemente lanzado “¿Hasta cuándo las Américas tolerarán al dictador Castro, el implacable stalinista...? Dos décadas de progresivo acercamiento comuno-católico en Cuba” (“Cubanos Desterrados”, Miami-Nueva York, 1ª edición limitada, junio de 1990, 174 pp.).

Esa reestructuración ha significado un proceso largo y difícil, si se considera el punto inicial del mismo, en que la posición de la Iglesia cubana en relación al régimen comunista era —y no podía dejar de serlo, obviamente— de completa oposición. En efecto, a comienzos de la década del 60, cuando el castrismo fue dejando al descubierto, sin ambages, sus objetivos comunistas, hubo varios pronunciamientos episcopales alertando sobre el cariz anticatólico de la Revolución.

Los católicos se vieron delante de una etapa de hostilidad, enfrentamiento y persecución sangrienta por parte del régimen. En ese contexto, era absolutamente impensable, tanto para la Jerarquía de la Iglesia, cuanto para la grey católica, considerar siquiera la posibilidad de una militancia de católicos en el Partido Comunista: a los obstáculos doctrinales y morales —que se consideraban, con cuánto  fundamento, intrasponibles— se sumaban los de carácter psicológico y de orden práctico.

Hoy, en 1990, los católicos cubanos presenciamos, perplejos, una situación diametralmente opuesta. En efecto, en el boletín “Aquí la Iglesia", de la Arquidiócesis de La Habana (No. 28, julio de 1990), el Exmo. Sr. Arzobispo de La Habana, Presidente de la Conferencia Episcopal, y Presidente de la comisión preparatoria de la visita de S.S. Juan Pablo II, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, considera con naturalidad desconcertante la posibilidad de que los católicos cubanos militen en el Partido Comunista. El ilustre prelado dice que actualmente existe una “discriminación” que impide esa militancia, la cual podría fundamentalmente superarse si se cumpliesen dos “premisas normales”. Primero, que el Partido dejara de ser oficialmente ateo (Monseñor Ortega no hace en su extenso documento ninguna restricción al programa socio-económico del PCC).

Segundo, algo considerado “más práctico y más urgente” por el Arzobispo para permitir la militancia católica en el Partido Comunista, sería la aprobación de una “Ley de libertad religiosa” en el marco del artículo 54 de la Constitución comunista, y del “proceso de perfeccionamiento del socialismo”. Monseñor Ortega asegura que el artículo 54 de la Constitución “garantiza la libertad de culto”. Pero parece hacer abstracción del hecho que el mismo establece el singular “derecho” a la práctica religiosa únicamente dentro del “respeto” a la ley comunista; y que en su inciso tercero contiene una mal velada espada de Damocles que pende sobre los fieles: “Es ilegal y punible oponer la fe y la creencia religiosa a la Revolución”. Por lo tanto, el prelado no pide una eliminación de estas odiosas disposiciones constitucionales.

El documento episcopal coincide cronológicamente con los debates preparatorios del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, en los que las bases comunistas, siguiendo las nuevas líneas estratégicas del dictador Castro, se muestran dispuestas a admitir en las filas del Partido a elementos católicos.

Es preciso analizar serenamente esa gigantesca rotación producida en el seno del Episcopado cubano, desde comienzos de la década del 60 hasta los días presentes. Al respecto, hacemos notar que esa actitud de Monseñor Ortega —que sale al encuentro de la actual “política religiosa” dei Partido Comunista— podrá ser un factor decisivo para aumentar enormemente, en el futuro, el número de militantes del Partido. Esto, porque sin duda las razones de carácter religioso eran el mayor obstáculo para evitar que los fieles católicos diesen ese paso. Removido dicho obstáculo, el propio atractivo de ventajas materiales que otorga la militancia comunista —en el marco de discriminaciones y penurias que imperan en la isla-prisión— podrá llevar a muchos católicos cubanos, hasta hoy reticentes, a ingresar al Partido.

Por otro lado, esa situación hará probablemente con que un mayor número de personas comience a frecuentar las iglesias, si perciben que se atenuó la persecución religiosa de la policía política y de los Comités de Defensa de la Revolución. Entre esas personas, se podrán contar muchos actuales adherentes al PCC, que otrora practicaban la Religión, o nacieron en familias católicas, etc.

La primera pregunta que se impone es: ¿cuál de las partes se verá más favorecida con esa mudanza radical en la situación político-religiosa de la isla? El tema es demasiado brumoso como para dar una respuesta taxativa. Sin embargo, pueden levantarse algunas hipótesis.

Si el IV Congreso del PCC, a efectuarse en los primeros meses de 1991, oficializa la posibilidad del ingreso de católicos en sus filas, aquellos que lo hagan —influidos por la palabra de su Pastor y convencidos de su sinceridad— estarán inclinados a aceptar sin prevenciones los errores doctrinales del Partido Comunista, por ejemplo, en el orden socio-económico. Contribuirá también para ello el hecho de que, por lo que consta, los Obispos de Cuba desde hace mucho vienen haciendo silencio sobre la incompatibilidad entre la doctrina católica y los errores socio-económicos marxistas. Esas circunstancias no podrán dejar de repercutir nocivamente sobre la mentalidad religiosa de estos fieles e, incluso, sobre el contenido de su Fé.

¿Será que los comunistas cubanos que comiencen eventualmente a frecuentar Iglesias y ambientes católicos, sufrirán una influencia y una transformación en sentido contrario a la de los católicos que ingresen al Partido? Obviamente, es de recelar que esos comunistas —por lo menos, muchos de ellos— después de largos años de adoctrinamiento en las escuelas del Partido y de vivir en ambientes impregnados por las concepciones        marxistas, no lleguen a modificar substancialmente sus ideas y su mentalidad, por el hecho de oir las prédicas en las Iglesias. Sobre todo, si en éstas se hace silencio sobre puntos esenciales de la doctrina católica, como la importancia del derecho de propiedad privada, con la consiguiente oposición al capitalismo de Estado, etc.

Delante de lo anterior, es comprensible que muchos católicos cubanos, dentro y fuera de la isla, manifiesten temor por los resultados de esa evolución en las relaciones Iglesia-Estado comunista, y de los acuerdos que de ahí puedan surgir.

A pesar de las trágicas consecuencias que desde ahora se pueden recelar con tanto fundamento, sería restringir mucho el alcance de dichos acuerdos si estos se analizan meramente en el terreno de las mutuas ventajas y desventajas. Lo que está en juego, sobre todo, es el bien espiritual de incontables almas de católicos cubanos, con repercusiones indudables sobre el rumbo de la Iglesia en Latinoamérica, que constituye el mayor bloque católico de la tierra.

La pregunta clave, por tanto, es: ¿qué efectos producirá sobre la Fé y la moral de los fíeles católicos, esta aproximación con los comunistas?

Hacer tal pregunta, delante del pronunciamiento de Monseñor Ortega, no es faltar con el respeto hacia la autoridad eclesiástica. Debemos recordar que el Código de Derecho Canónico contempla el derecho y, en ciertas circunstancias, hasta el deber de fieles católicos de manifestar a los Pastores la propia opinión en lo que afecta al bien de la Iglesia, dando a conocer esa opinión a los otros fieles (cfr. canon 212, inc. 3). En esa perspectiva, no faltan católicos cubanos que —delante de esa gran metamorfosis dentro de la cual se insieren las declaraciones arriba consignadas del Exmo. Sr. Arzobispo de La Habana y Presidente de la Conferencia Episcopal, presumiblemente sin la oposición de los demás Obispos de la isla— se preguntan dónde está la continuidad entre la enseñanza de dicho prelado, y la doctrina tradicional e inmutable de la Iglesia respecto del comunismo. Enseñanza tradicional de la Iglesia que estigmatiza “la plaga del socialismo” (León XIII, “Quod Apostolici Muneris”); afirma que “el socialismo es incompatible con los dogmas de la Iglesia”, que “nadie puede ser a la vez buen católico y verdadero socialista” y que el comunismo es “intrínsecamente perverso” (Pío XI, “Quadragesimo Anno” y “Divini Redemptoris”); y sostiene que el marxismo “llevó hasta sus extremas consecuencias la rebelión del corazón humano contra el Divino Espíritu Santo” (Juan Pablo II, “Dominum et Vivificantem”).

Es de preguntarse si el Sr. Arzobispo considerará que la Iglesia mudó su propia doctrina en este punto tan medular.

Es esta la reflexión que surge con fuerza, en forma ineludible, ante un documento episcopal que puede aparejar confusión, desconcierto y fisuras deplorables en las filas católicas dentro y fuera de la isla-prisión.

Con enorme interés, no exento de apreensiones, tenemos la intención de analizar de cerca los eventuales acontecimientos relacionados con la temática analizada.

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