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Antecedentes doctrinales

 

Parte I

 

Una nueva mentalidad y una nueva doctrina

pretenden conciliar los antagonismos

más contradictorios 

·       ¿Pueden caer las barreras entre la verdad y el error, el bien y el mal, lo bello y lo horrendo? - El amortiguamiento del principio de contradicción en la raíz de la desconcertante apatía que hoy domina a la opinión pública.

·       Una nueva ideología que devora por dentro a todas las demás y que condiciona a fondo la España actual.

·       El pueblo español inducido a volverse contra su propia identidad histórica.


Capitulo 1 - 2a. parte

 

Luz y sombras en torno al principio de contradicción

Explicando la apatía de muchos españoles de hoy

 

 

5 - El principio de contradicción, el orden y la paz

 

a) ¿Una amenaza constante a la unidad y a la paz?— Algún lector influido por cierto pacifismo relativista dirá: “Esta capacidad que otorga el principio de contradicción para distinguir, definir, clasificar, separar, ¿no incide en la vida de los hombres y en la historia como un factor constante de discordias y enemistades estériles, amenazando la unidad y la paz?” Observando las cosas en profundidad se comprende que lo que sucede es precisamente lo contrario. Es cierto que el principio de contradicción ha servido en el pasado como punto de partida a guerras y luchas y lo seguirá siendo mientras el mundo sea mundo. Pero también es cierto que sin la aplicación de ese principio los hombres se hundirían en el caos. Recurramos a un ejemplo sencillo. Las normas de tráfico dan lugar con cierta frecuencia a discusiones, conflictos, pleitos judiciales, gastos y molestias. Pero, evidentemente, sería un disparate el que, para promover la concordia en la ciudad, se suprimieran dichas normas... Sería el desorden total.

 

España —otrora llamada Espada de la cristiandad — comprendió que debía caminar hacia una catolicidad cada vez más efectiva y más íntegra, si no quería ser una nación irremediablemente dividida y entregada a todos los desmanes políticos y sociales.

Espada de Hernán Cortés. Armería Real, Madrid.

b) ¿Qué ocurriría en una sociedad en la que los hombres negasen las consecuencias religiosas, morales, culturales y sociales del principio de contradicción?— Si la mayoría de los hombres negara, no ya el principio de contradicción en sí, sino tan sólo sus proyecciones religiosas, morales, culturales y sociales, se implantarían en la sociedad el relativismo, la ambigüedad y el absurdo.

La religión católica se volvería incomprensible. Todo sería a la vez bueno y malo; verdadero y falso. Ningún principio subsistiría, ni siquiera Aquel que subsiste por sí mismo: Dios tanto podría ser confundido con ídolos tribales, como con el hombre, la naturaleza o la materia. Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no sería diferente de Buda, Confucio o Mahoma. Las instituciones básicas de la sociedad perderían sus contornos hasta quedar irreconocibles. La noción de una ley natural objetiva y el derecho positivo se desvanecerían. Las fronteras entre lo lícito y lo ilícito se volverían ambiguas o desaparecerían. El orden y la moralidad pública perderían toda sustentación. Las nociones políticas fundamentales sobre formas de gobierno, división de poderes, administración pública, serían erráticas y el debate político-ideológico se perdería en una maraña inextricable. Las propias nociones de patria, nación, estado y sociedad organizada se verían penetradas por la confusión. Quedarían borradas las fronteras entre la Iglesia y el Estado; entre los varios estados, pueblos, culturas y civilizaciones.

Llevando hasta sus últimas consecuencias la negación del principio de contradicción, se acabaría desembocando en un estado de cosas que no sería propiamente aquella república universal totalitaria anunciada por la antigua ilustración, o por los internacionalistas clásicos del marxismo, sino una superestructura mundial, que lo uniforma todo y a la vez lo desintegra y confunde, imagen del mismo infierno.

 

c) Escudo de la libertad genuina, del orden y de la paz.— Aplicar, pues, el principio de contradicción en todos los campos y en toda la extensión que le es propia, no es obra meramente negativa ni causante de discordia. Es defender la identidad de los seres contra los factores de disgregación. Es permitir a las personas, a las familias y a las regiones, a los pueblos y naciones, a la cultura y a la civilización, que expandan sus propias potencialidades y alcancen su plena realización.

El principio de contradicción es, por lo tanto, el escudo defensor de la libertad de todo cuanto es naturalmente bueno y verdadero, que protege contra las causas de desorden y disgregación que son el mal y el error. Tonificando y ampliando el vigor y el alcance de las certezas, dicho principio permite al hombre desarrollar plenamente su capacidad creativa, en las vías del bien y de la verdad.

 

d) España y el principio de contradicción.— El alma española siempre se ha caracterizado por querer llegar, en todos los asuntos, hasta las profundidades donde se encuentra el principio de contradicción. De la vitalidad inherente a tal principio viene la fuerza de impacto que poseen sus grandes gestos de heroísmo y las manifestaciones más genuinas de su talento cultural.

Las mejores páginas de nuestra Historia son un ejemplo de ello. Hombres relativistas, sin certezas ni convicciones, no hubieran tenido vigor de alma para descubrir, civilizar y evangelizar tres continentes; preservar al mismo tiempo la unidad católica de nuestra nación; dar a Occidente el esplendor de nuestro Siglo de Oro; y transformar a España en baluarte victorioso de la Cristiandad contra el poderío turco y la revolución protestante.

Aquel pasado conoció los saludables frutos del principio de contradicción porque se comprendió que España debía caminar hacia una catolicidad cada vez más efectiva y más íntegra, si no quería dejarse devorar por lo contrario de sí misma. Fue así como nuestro pueblo quedó marcado a fondo por el ejemplo y las palabras de Santa Teresa y de San Ignacio. España entendió que, o se ajustaba en el orden temporal al ideal de la Contrarreforma, o sería irremediablemente una nación dividida y entregada a todos los desmanes políticos y sociales.

 

"Pondré enemistades...” ( Gn. 3,15 )

El incomparable apóstol de la devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort, hablando sobre la enemistad irreconciliable entre la raza de la Virgen y la raza de la serpiente, dice:

"Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, mas ésta es irreconciliable, que durará y aumentará incluso hasta el fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer, de suerte que el más terrible de los enemigos que Dios ha creado contra el demonio es María, a quien dio desde el paraíso terrestre, a pesar de que Ella sólo existía entonces en la mente divina, tal odio contra el maldito enemigo de Dios, tanta industria para descubrir la malicia de aquella antigua serpiente, tanta fuerza para vencer, aterrar y aplastar a ese orgulloso impío, que él la teme, no sólo más que a todos los ángeles y a todos los hombres, sino hasta en cierto sentido más que al mismo Dios".

(Virgen Blanca - Catedral de Toledo)

6 - “Inimicitias ponam”... (Gn. 3, 15)

No basta, en realidad, saber que el principio de contradicción existe y que es el fundamento del orden real de las cosas, de la vida de pensamiento así como del obrar conforme a la ley natural y a la moral. Es necesario tener en cuenta que, por su carácter absoluto, impone la incompatibilidad también absoluta entre el bien y el mal, la verdad y el error, sin perjuicio, obviamente, de las normas de la prudencia. El mal y el error, al no ser sino privación del bien y de la verdad, no poseen entidad propia: no son por sí. Y no pueden, en cuanto tales, ser objeto de derecho ni de tolerancia. Por eso, así como el bien y la verdad deben ser amados y defendidos, el mal y el error deben ser odiados y combatidos*.

 

* La doctrina tradicional de la Iglesia al respecto es enseñada concisamente por Pío XII: “Primero: lo que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno ni a la existencia, ni a la propaganda, ni a la acción. Segundo: el no impedirlo por medio de leyes estatales y de disposiciones coercitivas puede, sin embargo, hallarse justificado por el interés de un bien superior y más universal” (Discurso al 5° Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos, 6-12-1953, § 17).

Sobre esta materia comenta el P. Victorino Rodríguez: “El contenido del termino 'intolerancia', en la significación propia que tiene en el Magisterio Eclesiástico (posición firme en el bien, sin ceder ante el mal), su significación es más positiva que negativa: es actitud negativa ante el mal en razón de una firme actitud positiva ante el bien. Proporcionalmente, el término 'tolerancia', que está tomando un sentido muy positivo en el lenguaje de nuestros días, en su significación teológica (permisión del mal en razón de no impedir mayores bienes o no provocar mayores males) está cargado de sentido negativo, como revela su misma noción” (Sobre la libertad religiosa, p. 60).

Afirma también el ilustre tomista: “Bien fuese por cierto complejo de intolerancia o por cierto compromiso pseudo-ecuménico o por falta de aprecio y celo por la verdad, en tiempos del II Concilio Vaticano algún que otro teólogo católico habló de los derechos del error o del riesgo a equivocarse. Era una concreción de la 'libertad de pensamiento y de expresión' del liberalismo decimonónico, incorporado a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (Arts. 17 y 18).

“Hablando con propiedad, es inadmisible el derecho a equivocarse. El derecho, y máxime el derecho natural, es ordenación al bien del hombre, a la perfección que le es debida (Sto. Tomás, Suma Teológica, I, 21, 1 ad 3), que en el ámbito del conocimiento es la verdad, el [verum]; y, por ser el derecho lo di-recto, el error, como desviación o torcedura, le repugna formalmente: el derecho a equivocarse resulta contradictorio en sí mismo” (La verdad liberadora, pp. 799-800).

 

Éste odio al mal y al error deriva de la propia naturaleza de las cosas. Es el único odio legítimo que participa del que Dios tiene al mal. Es también condición de una visión equilibrada y lúcida de la realidad*. De no ser así, ¿qué sentido tendría la exclamación del profeta Simeón ante el Niño Jesús: “Este está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, para signo de contradicción”? (Lc. 2, 34). ¿Qué sentido tendrían las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “No vine a traer paz sino espada”? (Mt. 10, 34).

 

* “El santo odio del mal es efectivamente, dígase lo que se quiera, una luz necesaria en la imparcialidad. Para conocer profundamente el bien, hay que amarlo. Para saber verdaderamente todo lo que es el mal, hay que odiarlo” (GARRIGOU-LAGRANGE, Dios — Su naturaleza, p, 99, n. 65).

 

Sobre este único odio santo nos dice el incomparable apóstol de la devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort: “Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, mas ésta es irreconciliable, que durará y aumentará incluso hasta el fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer, de suerte que el más terrible de los enemigos que Dios ha creado contra el demonio es María, a quien dio desde el paraíso terrestre, a pesar de que Ella sólo existía entonces en la mente divina, tal odio contra el maldito enemigo de Dios, tanta industria para descubrir la malicia de aquella antigua serpiente, tanta fuerza para vencer, aterrar y aplastar a ese orgulloso impío, que él la teme, no sólo más que a todos los ángeles y hombres, sino hasta en cierto sentido más que al mismo Dios.[9]*

 

*Esta realidad divinamente sancionada inspiró las palabras vibrantes de piedad mariana de Ernest Hello:

“Judit (...) es una de las figuras de María más desconocidas... Revela uno de los aspectos más ignorados de la Virgen: muestra a la mujer bajo un aspecto que suele olvidarse, el aspecto del horror. (...) El santo horror del mal, el horror ardiente está sin duda en el fondo de la Virgen como una lámpara olvidada que ardiera en el fondo de un santuario desconocido y su descubrimiento será, quizá, uno de los asombros de la eternidad.

“Muchos pequeños libros y pequeñas imágenes han dado a la Virgen María una dulzura insípida, una dulzura simple que no parece guardar en su fondo la energía de tener horror, el santo poder de execrar. Esta execración del mal es la más rara de las virtudes y la más olvidada de las glorias. Sin embargo, la Virgen no ha olvidado la palabra de Dios... 'Yo colocaré enemistades entre ti y la mujer. Algún día ella te aplastará la cabeza'.

“Es difícil saber hasta qué punto se rebaja en muchos hombres el sentimiento de la santidad, porque lo consideran como blando, débil, desprovisto de esta energía terrible que inspira la execración. Ahora bien, si los santos han conocido todos el odio del mal, si ni siquiera uno de entre ellos ha sido privado de esta luz, ¿hasta qué punto no habrá brillado en María?... Judit es la palabra que la Escritura le dice al olvido de los hombres que creen ver en la santidad lo borroso de los colores y la simplicidad que todo lo acepta sin detestar lo que le es contrario” (Palabras de Dios, 2ª parte apud GARRIGOU-LAGRANGE, Dios — Su naturaleza, pp. 98-99).

 

III — El actual amortiguamiento del principio de contradicción, su génesis y sus alcances

 

En las páginas anteriores hemos mostrado cómo el alma española, plasmada a través de los siglos por la religión y la historia, está siendo deformada en su propia raíz.

El vigor fecundo del principio de contradicción, con todas sus consecuencias legítimas, ha sido la fuerza, la flor y el ornato de nuestro espíritu; la base robusta del sentido común de nuestras gentes; el sustentáculo natural sobre el cual se instalaron, como en sede propia, la fe y la militancia católicas. Nuestra identidad histórica está especialmente vinculada a la adhesión que hemos dado al principio de contradicción. Por la fidelidad a tal principio hemos despertado admiración, desconcierto o difamación; nunca el mero desinterés o desprecio que se tiene por los pueblos que pierden su carácter.

La apatía que hoy paraliza a tantos españoles indica un deterioro del principio de contradicción en las almas. A lo largo de los capítulos de este libro tendremos oportunidad de palparlo en la realidad abrumadora de los hechos.

 

1 - ¿Hasta dónde puede llegar teóricamente el amortiguamiento?

 

a) No puede ser eliminado, pero sí amortiguado hasta grados sorprendentes.— Conviene recordar que el hábito de aplicación del principio de contradicción, por más que se coarte en su desarrollo, nunca podrá ser eliminado del alma humana, porque está inscrito indeleblemente en ella y es inherente a la misma naturaleza de las cosas. Así lo demuestran Santo Tomás y Aristóteles.

Evidentemente, no estamos afirmando que el hombre nazca con este principio ya explícito y menos aún desplegado en todas sus consecuencias. En el desarrollo del hábito de aplicar éste y los demás principios primeros de la razón y la moral naturales tiene un papel innegable, obviamente, el ambiente en que las personas se forman y el esfuerzo que el hombre, auxiliado por la gracia, haga o deje de hacer para aplicarlos.

Sin embargo, aunque sea imposible eliminar de la mente humana el principio de contradicción, la alteración de las circunstancias que condicionan su desarrollo pueden conducir a un amortiguamiento del mismo hasta niveles sorprendentes e incluso desconcertantes.

 

b) El caso de ciertas tribus indígenas.— Pensemos, por ejemplo, en el estado de decadencia intelectual, moral y cultural de ciertas tribus indígenas.

Los salvajes tienen, generalmente, una capacidad sensorial muy agudizada que les permite percibir, por ejemplo, el galope de los caballos a kilómetros de distancia. Sin embargo, su capacidad de comprensión racional y su voluntad de emprender y de realizar, se encuentran limitadas por los estrechos marcos tribales de una vida elemental. Los instintos y la sensibilidad adquirieron una primacía sobre la inteligencia y la voluntad; la fuerza de aplicación del principio de contradicción y sus correlativos se ha diluido. No distinguen bien los límites que separan la realidad de la imaginación y viven sumergidos en un pensamiento mágico-instintivo que los encadena a las arbitrariedades de la superstición y permite, en algunos casos, prácticas tan aberrantes como la antropofagia. Su capacidad de distinguir y analizar está tan disminuida que los misioneros —pudiendo utilizar muy limitadamente para evangelizarlos la fuerza persuasiva de la lógica— se ven obligados a recurrir a métodos de influencia psicológica sanamente condicionados por una capacidad de adaptación asombrosa.

 

c) ¿Y en una civilización que ha conocido el desarrollo de la actual?— Naturalmente, en las condiciones de una sociedad como la nuestra los hombres no pueden caer bruscamente en el estado de entorpecimiento intelectivo y volitivo de un salvaje. Lo impide la herencia de siglos en que ha brillado el hábito de un uso aplicado de la inteligencia y de la voluntad y el desarrollo fecundo de la sensibilidad en armonía con éstas, dando origen a una cultura y una civilización que, incluso en su actual decadencia y crisis, sigue produciendo adelantos científicos y tecnológicos muchas veces deslumbrantes.

Sin embargo, es necesario prudencia en esta afirmación. Según la doctrina católica, el pecado original introdujo en el hombre inclinaciones hacia la irracionalidad y el desorden que pueden conducir a los mayores desvaríos.

En la historia de la humanidad hay ejemplos dramáticos de ello. Especialmente cuando la decadencia lleva a la apostasía de la fe, los cauces del sentido común y de la razón pueden ser desbordados más allá de toda medida. ¿No cayó Salomón trágicamente desde la cumbre de su sabiduría? Cuando la apostasía arrastra no sólo a un hombre, sino a todo un pueblo o a una civilización, la caída puede llevar a los individuos a formas de irracionalidad mucho más radicales.

En otros términos, puestos ante la evidencia del sorprendente fenómeno de la insensibilidad del alma, de la apatía intelectual y volitiva que afecta a enormes sectores de la opinión pública, no podemos sino atribuirlo al deterioro del principio de contradicción, con todo lo que esto significa como disminución de la racionalidad en la conducta humana.

Ahora bien, ¿cómo puede darse esta mengua en el hábito de aplicar el principio de contradicción y la consecuente apatía que puede compararse a un suicidio moral lento? En principio, pueden señalarse varios caminos. Tomemos a continuación dos, alrededor de los cuales se pueden agrupar muchos otros.

 

2- Un camino radical, filosófico y sectario

Comencemos por aquel que, por su radicalidad y su carácter específicamente filosófico, es el menos corriente. Sería el de una persona que, por un desorden profundo más o menos consciente, se rebelara contra el orden puesto por Dios en la Creación y, llena de odio, comenzara a imaginar la posibilidad de un estado de cosas en que el bien y el mal, la verdad y el error, la belleza y la monstruosidad, dejasen de ser incompatibles y se fundiesen en algo que fuese al mismo tiempo el ser y la nada.

Ciertos espíritus, abandonándose a este sueño quimérico, terminarían creyendo que tal absurdo sería posible y buscarían finalmente —por el propio imperativo del principio de contradicción negado— una justificación racional y filosófica para la utopía engendrada por su odio al orden y al ser. Casos extremos como éstos los hubo entre los adeptos de los antiguos mitos gnósticos y se repiten en nuestros días, por ejemplo entre los sectarios que se entregan al ocultismo oriental*.

 

* Sobre esta materia puede elucidar al lector la obra Il mito del mondo nuovo — Saggi sui movimenti rivoluzionari del nostro tempo del filósofo alemán Eric Voegelin. Ver, por ejemplo, las páginas 63-67, 91-94, 103, 112-115. Respecto al papel del orgullo como pasión causante de ese odio al orden del ser, ver las páginas 36-47 y 49.

 

Por otro lado, no es necesario insistir en que la mayor parte de las corrientes filosóficas posteriores al filósofo alemán Federico Hegel (1770-1831) —entre ellas el marxismo, el existencialismo y el llamado postmodernismo— han buscado escaparse de las exigencias del principio de identidad o de contradicción, desembocando algunas en el panteísmo y todas en el relativismo.

Por la naturaleza de este estudio, dirigido a analizar aspectos fundamentales de la España de hoy, no nos detenemos en la consideración de estas corrientes filosóficas o sectarias.

 

3- Una vía corriente que se generaliza

 La xperiencia de nuestros días muestra que el principio de contradicción —pese a su carácter especialmente imperativo para el hombre civilizado— es frecuentemente dejado de lado, ora en un punto ora en otro, o gradualmente adormecido en casi todas sus últimas aplicaciones. Pero no se trata sólo de la negación arbitraria por intereses ilegítimos y conveniencias egoístas, sino que en incontables ocasiones sus exigencias lógicas parecen haberse evaporado de los espíritus.

Para ilustrar el problema, recurramos a observaciones de la vida cotidiana. Veremos así cómo en los días de hoy se opera el rápido debilitamiento del principio de contradicción, que conduce a una decadencia paulatina del primado de la lógica y de la propia capacidad de pensar y de querer.

 

a) Alguien que un día amó la religión católica en todo su esplendor.— Imaginemos a un hombre de nuestros días que ve con apatía la sucesión de las contradicciones más chocantes. En su infancia conoció y practicó la religión católica, aún en todo su esplendor tradicional. Entonces veía las cosas y las juzgaba desde la perspectiva ordenadora y cristalina del principio de contradicción.

¿Cómo se produjo esta enorme y acelerada rotación? Lo más probable es que no haya tenido su origen en un mero equívoco intelectual, sino en una debilidad de la voluntad, que proyectó una sombra sobre la inteligencia y un particular sopor sobre la sensibilidad. En otros términos, la persona comienza en determinado momento a amar menos la virtud, la religión, la Iglesia y finalmente al propio Dios. Y una cierta luz interior, bajo cuya claridad admiraba las cosas rectas y sagradas, se va apagando imperceptiblemente. El individuo se vuelve cada vez más insensible a la belleza y a los atractivos del bien y de la verdad, cuya razón de ser todavía comprende en teoría. Pero ya no los busca como antes, porque su voluntad ansia otras cosas y aquellos le parecen más opacos y menos aceptables. El mal y el error todavía le parecen tales, pero ya no alcanza a ver con acuidad todas sus perversas consecuencias. En su espíritu va desapareciendo la nítida oposición entre el bien y el mal, la verdad y el error, haciéndole cada vez más difícil percibir la presencia del mal y del error en sus formas larvadas. Llamado a definirse, adoptará una postura neutra o indiferente, rehuyendo perezosamente el combate.

 

b) Una constelación de bienes y verdades que se oscurecen.— El firmamento de la doctrina católica es unitario. Cuando el hombre se aleja de alguna de sus verdades o bienes, acaba abandonando toda una constelación de bienes y de verdades correlativos y, poco a poco, el propio firmamento de la fe se irá oscureciendo en su espíritu. Dejará de admirar, por ejemplo, la piedad y la liturgia católicas o ya no sentirá las alegrías tranquilas de la vida de familia. Y de olvido en olvido, de caída en caída, acabará buscando la felicidad en el frenesí mórbido de la corrupción. Ya no comprenderá el mal que hay en el indiferentismo religioso —muchas veces larvado en formas de ecumenismo asombrosamente tolerantes—, tampoco el que hay en el divorcio o en las uniones efímeras, aunque tal vez permanezca oficialmente unido a su mujer legítima.

¿Cómo podría tal individuo poseer la seriedad de espíritu necesaria para considerar esos temas desde el punto de vista de los principios?

 

c) La raíz de las certezas queda afectada.— En otras épocas, quien se dejaba envolver en este proceso no solía llegar hasta la negación de los principios. Hoy, en cambio, acabará aceptando con indolencia tanto el matrimonio indisoluble como el divorcio e incluso el amor libre. Todo se pierde rápidamente en las brumas del subjetivismo. Lo bello y lo feo, el bien y el mal, el error y la verdad, terminarán confundiéndose en su espíritu. El principio de contradicción, la distinción primera entre el ser y el no-ser, la raíz de sus certezas, las razones más altas de su operar y el vigor de sus juicios estarán profundamente comprometidos.

 

Una cruzada para tonificar el principio de contradicción en las almas

No hay por qué temer la luz de la verdad. Que los españoles salgan de una inercia que se parece al sueño, imagen a su vez de la decadencia y de la muerte: que se interesen y se informen, que analicen y se definan, que dialoguen y discutan sobre lo que sucede...

Sólo así España podrá enfrentar victoriosamente el rápido proceso que la arrastra hacia su completa descristianización.

Ya Pío XII veía el peligro que se cernía sobre la humanidad.

 Al enarbolar este estandarte, TFP-COVADONGA se hace eco de las luminosas palabras de Pío XII que ya en 1947 proclamaba: "Ahora Nos preguntamos a todos los hombres honrados: ¿cómo puede la humanidad recuperar la salud? ¿Cómo puede de los errores y de las agitaciones de la turbia hora presente surgir un 'nuevo orden' digno de este nombre, si se borran y desplazan los límites entre amigo y enemigo, entre el sí y el no, entre la fe y la incredulidad?

"La Iglesia siempre llena de caridad y de bondad hacia las personas de aquellos descarriados, pero fiel a la palabra de su Divino Fundador, que ha declarado: 'El que no está conmigo está contra mi’, no puede faltar a su deber de denunciar el error”.

El día 26 de marzo de 1981, en la Homilía de la Misa para los Universitarios de Roma como preparación a la Pascua, Juan Pablo II recordó la misma verdad: "Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la sencillez y de la claridad evangélica: "Sí, sí; no, no". Aprended a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello".

d) Profundidad y rapidez de este proceso en nuestros días.— Este proceso se da en nuestros días con una rapidez y hasta con una profundidad que la mayoría de los hombres desconocía en el apogeo de la civilización cristiana.

Como las luces de un salón pueden apagarse gradualmente, también el lumen rationis va disminuyendo paulatinamente en la persona cuya decadencia venimos comentando.

Conservará quizás viejos hábitos adquiridos a partir de una concepción coherente del universo; podrá susurrar una rápida y distraída oración ante una imagen de la Virgen, recordando a su madre que era católica a la antigua. Según la evolución de su propia vida, las características de su temperamento, los ambientes que frecuenta, las actividades que desarrolla, podrá conservar todavía en otros ámbitos ideas más o menos definidas. Por ejemplo, estará a favor de la propiedad privada y de la libre iniciativa, pero ante todo por razones prácticas y funcionales como el aumento de la productividad o la manutención de las libertades públicas. Esas razones, sin embargo, no se fundamentarán tanto en una observación objetiva de la realidad, sino más bien en el consenso general de los ambientes que tienen prestigio a sus ojos. Su relativismo corrosivo frente a las prácticas religiosas y a la noción cristiana de la familia hará que, debiendo defender la propiedad privada, ya no se remonte al plano del derecho natural y menos aún al de la Ley de Dios, que ya no se le ocurra relacionar el derecho de propiedad con el séptimo y el décimo mandamientos que prohíben robar y codiciar los bienes ajenos. Ser, por principio, anticomunista o antisocialista para él ya no significará nada; hasta tal punto que apoyará a una corriente de izquierda si ésta toma aspectos moderados y pragmáticos. Las doctrinas y las grandes cuestiones generales atraerán cada vez menos su espíritu. Una insuperable pereza de discutir sobre dichos temas o siquiera de pensar en ellos, junto con una antipatía por las personas o las realidades que puedan exigirle ese nivel de consideraciones, se irán adueñando de él. El principio de contradicción se manifestará menos operante en su mentalidad inestable. Su pensamiento se volverá más práctico y episódico y, finalmente, casi dejará de pensar.

Destruida la solidez de la mayor parte de sus certezas, y sin seguridad para orientar su voluntad en la búsqueda de bienes más nobles, cuya belleza ya no es capaz de sentir y cuyo valor es incapaz de comprender, ¿cómo podría ese individuo dejar de correr cada vez más tras sus intereses circunscritos y la vida de placeres? Aquí los efectos exacerban sus propias causas. No hace falta insistir en que el alma, invadida por tal insensibilidad, con la inteligencia entorpecida y la voluntad debilitada, es incapaz de gobernar las pasiones inferiores, cuyo desbordamiento agudiza, a su vez, dicho entorpecimiento y debilidad. Su indiferencia no pensante sólo podrá aumentar.

 

e) Una nación en la que este entorpecimiento mental se generalice... — Si en una nación se volviera frecuente y prestigiado el tipo humano arriba descrito, los sectores de opinión que todavía conservasen convicciones más firmes o incluso un pensamiento íntegro, ¿no quedarían sujetos a debilidades, dudas y parálisis en su capacidad de juzgar y reaccionar?

Si se llegara a este extremo, ¿el resultado no sería precisamente una apatía contagiosa y envolvente ante las contradicciones más chocantes o el propio curso de la vida pública?

¿Por qué en épocas anteriores las mismas causas no producían generalmente los mismos efectos? ¿Cuál es el factor nuevo que acelera este proceso que llega al deterioro de la intelección y de la volición, al punto de que se pueda hablar de un ocaso del lumen rationis en incontables personas que nadie tomaría por enfermos mentales?

Sólo podemos intentar adecuadamente una respuesta válida a estas cuestiones estudiando la evolución histórico-ideológica de España en las últimas décadas. Es lo que haremos en los próximos capítulos.

 

IV — Una cruzada para tonificar el principio de contradicción

 

De la doctrina del principio de contradicción, tal y como ha sido enseñada por Santo Tomás de Aquino y por el Magisterio tradicional de la Iglesia, hacemos la piedra angular de este estudio. Y no sólo de este estudio.

La enorme preocupación con que consideramos el desconcertante estado de apatía que vuelve abúlicos a tantos españoles y que se traga como arena movediza las mejores iniciativas de esclarecimiento ideológico, nos lleva a hacer de la lucha de TFP-Covadonga una cruzada de tonificación del principio de contradicción.

Así la describió el presidente de la entidad José Francisco Hernández Medina en discurso pronunciado en 1985, durante el acto de inauguración de nuestra nueva sede social en Zaragoza, bendecida por el obispo dimisionario de Vitoria, monseñor Francisco Peralta Ballabriga: “Nos decía monseñor Peralta en una conversación que mantuvimos con él hace unas semanas, que muchos católicos se han olvidado de que la Iglesia es signo de contradicción, de separación de lo bueno y de lo malo (...) Esta es nuestra misión: convocar a todos nuestros amigos para ayudarnos en esta gran cruzada de tonificación del principio de contradicción; de tonificación del sentido de todo lo que separa la verdad del error, el bien del mal, lo bello de lo feo. Y por lo tanto dotar a España de los medios psicológicos necesarios para que aquellos buenos que aún restan vean la realidad del mal que avanza[10]*.

 

*Al enarbolar este estandarte, TFP-Covadonga se hace eco de las luminosas palabras del Papa Pío XII, que ya en 1947 proclamaba:

“Ahora Nos preguntamos a todos los hombres honrados: ¿cómo puede la humanidad recuperar la salud? ¿Cómo puede de los errores y de las agitaciones de la turbia hora presente surgir un 'nuevo orden' digno de este nombre, si se borran y desplazan los límites entre amigo y enemigo, entre el sí y el no, entre la fe y la incredulidad?

“La Iglesia, siempre llena de caridad y de bondad hacia las personas de aquellos descarriados, pero fiel a la palabra de su Divino Fundador, que ha declarado: 'El que no está conmigo está contra mí', no puede faltar a su deber de denunciar el error” (PIÓ XII, La Festivitá, Radiomensaje de Navidad de 1947, §§ 14 y 15).

El día 26 de marzo de 1981, en alocución a los profesores y estudiantes universitarios, Juan Pablo II recordó la misma verdad: “Aprended a pensar, a hablar y a actuar de acuerdo con los principios de la simplicidad y claridad evangélicas: 'Sí, sí, no, no'. Aprended a llamar a lo blanco, blanco y a lo negro, negro - al mal, mal y al bien, bien. Aprended a llamar al pecado, pecado y a no llamarlo liberación y progreso, aunque la moda y la propaganda se opongan a eso” (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Librería Editrice Vaticana, 1981, vol. IV, 1,p. 791).

 

Este libro —que constata y analiza la incidencia del amortiguamiento del principio de contradicción en la España de hoy y las gravísimas consecuencias que de ahí se derivan— es una invitación al debate abierto y franco sobre la realidad actual. Consideramos absurda la objeción de quienes dicen que para impedir nuevos conflictos violentos entre las distintas posiciones ideológicas debe evitarse toda discusión y por ende toda definición frente a los grandes problemas que afectan al país. De ser así, habría que llegar a la conclusión de que el sistema democrático no es viable, pues no se comprende una democracia auténtica que, para subsistir, tenga que imponer una autocensura a los diversos sectores ideológicos con el fin de que no se pronuncien claramente sobre ninguna cuestión. Son precisamente los proyectos políticos o las reformas en profundidad, realizados a partir de la ambigüedad y la desinformación los que pueden provocar explosiones imprevisibles. Pues los mismos estarán transformando la sociedad sin el respaldo consciente de los electores, fundamento de la legitimidad democrática en los términos de la Constitución de 1978.

Por otra parte, es farisaico proclamar que se procura interpretar el sentimiento del pueblo cuando se permanece indiferente ante el hecho de que cada vez menos españoles se interesan por las grandes cuestiones de nuestra vida pública.

Es necesario no temer la luz de la verdad. Que los españoles se interesen, se informen, analicen, y se definan; dialoguen o discutan sobre lo que sucede; que salgan de una inercia que se parece al sueño. Este es un paso previo y fundamental de la cruzada de tonificación del principio de contradicción que TFP-Covadonga se ha propuesto llevar a cabo.

Sólo así las fuerzas ideológicas y políticas representarán efectivamente a los distintos sectores reales de la opinión pública; sólo así sabremos quién es quién y evitaremos las aventuras de un juego político de cúpula que tenga por base el no-pensamiento, es decir, el vacío.

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Es trágica la hora en que, para preservar los valores de la cultura y la civilización, es necesario defender hasta la propia condición racional del hombre.

No retrocederemos ante ese deber.

Las Sagradas Escrituras muestran en un pasaje del profeta Daniel a los espíritus puros de inteligencia potentísima y rutilante, que protegen a las distintas naciones, rogando por ellas ante el trono de Dios (Dn. 10, 13). Pedimos aquí al Ángel de España que interceda ante la Reina del Cielo y la Tierra, para que reanime en nuestra patria la luz hoy vacilante del principio de contradicción, que tantas veces brilló en los momentos más gloriosos de nuestra historia.


 

NOTAS

[1] Cfr. Suma Teológica, I, q. 16, a. 3 y I-II, q. 64, as. 3 y 4.

[2] Cfr. Ib., I, q. 5, a. 1; I, q. 48, as. 1 y 2.

[3]  Cfr. Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2 y I, q. 5, a. 1.

[4]  Cfr. ib., I-II, q. 91, a. 2; I-II, q. 94, as. 1-2 y I, q. 79, a. 12; I-II, q. 53, a. 1; I, q. 17, a. 3 y I-II, q. 1, a. 3.

[5] Suma contra los Gentiles, libro I, cap. 84. Ver tb. cap. 7.

[6] Garrigou-Lagrange, El Sentido Común, p. 186.

[7]  Introducción general a la suma Teológica, B.A.C., t. I, p. 134, 135 y 137.

[8]  Humani Generis, 12-8-1950, §31 in Encíclica “Humani Generis”, Secretariado “Cristo Rey”, Madrid, 1954.

[9]  San Luis María GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la verdadera devoción in Obras, p. 469.

[10]  “Covadonga Informa”, nº 93, mayo 1985.