Plinio Corrêa de Oliveira
Espíritu francés
Ejemplo de gentileza con “alfilerazo”
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Monumento al mosquetero D’Artagnan, en París Francia tiene un poco de todo de las demás naciones europeas. En la gentileza aparece algo de la bondad portuguesa; en el mosquetero se nota cualquier cosa del garbo español; en el arte se ven algunas semejanzas con el buen gusto italiano; en el espíritu lógico se observa alguna cosa del genio alemán. Francia es el punto de encuentro de la latinidad con el mundo germánico, que formó un conjunto de predicados más o menos indefinibles. Se puede hablar de la Francia de las catedrales o de los castillos de la Edad Media; del Ancien Régime o del siglo XIX. Ciertamente no de la Francia de hoy. Se puede hablar de la arquitectura, de la pintura, de la escultura, de la literatura, de la música. Después de haber hablado de todo eso, se tendría la impresión de no haber hablado de lo esencial, que es el espíritu francés, el cual se expresa mejor en las migajas de la vida diaria. Cuento un hecho para ilustrar cómo es el espíritu francés. En el siglo XIX, un príncipe “tecnopor” —o sea, del tipo “materia plástica”— de la casa de Napoleón, mandó un libro con poesías compuestas por él a Víctor Hugo, el gran literato que gozaba de fama mundial. Como dedicatoria escribió: “Monsieur Hugo, estas son unas pequeñas poesías que compuse en mis tiempos libres. ¿Serán realmente tan malas?” ¡Las poesías eran pésimas! Victor Hugo no tuvo duda, lanzó al príncipe una punzante respuesta. Respuesta que para él era incómoda, pues estaba medio relacionado con el mundo del bonapartismo y no quería enfriar las relaciones que mantenía con el gobierno. Así, no podía decir que las poesías eran pésimas… Sería un factor negativo para el estilo de relaciones que él deseaba mantener. Pero, de otro lado, no podía decir que eran bonitas, porque el príncipe podría mandar imprimir un libro conteniendo las poesías y el elogio… Eso desacreditaría a Víctor Hugo como literato. Entonces necesitaba encontrar una salida que pusiera al príncipe en su debido lugar, pero sin ofenderle, a fin de continuar siendo amigos. Reputo como eminentemente francesa la respuesta de Víctor Hugo: “Monseigneur, pregunto a Vuestra Alteza, ¿qué pensaría si yo quisiera ser príncipe en mis horas libres?” ¡Respuesta magnífica, en la cual se nota la gentileza, mas con una pitada de impertinencia un poquito salada y que hace sonreír! En vez de describir lo que es el espíritu francés, con ese dicho les doy una muestra. No es una obra maestra, pero vale porque eso es frecuente en Francia. Hugo se colocó tan debajo del príncipe, que deja al otro a gusto. Pero le dio un tal “alfilerazo”, que el príncipe ciertamente nunca más escribió poesías… Vean como la cosa es pensada dentro de la rapidez. En otros términos, fue dicho lo siguiente: ¿por qué usted desea ser escritor, cuando es príncipe? ¡Ser un verdadero príncipe llena la vida de un hombre! ¡Viva su vida, que yo vivo la mía! Hugo muestra que un hombre común no puede ser príncipe en sus horas libres, ¡porque exige una postura, atención y esfuerzo la vida entera! Pone en evidencia la elevada condición del príncipe, pero, al mismo tiempo, ¡le da un “alfilerazo”! ♦ (*) Revista “Tesoros de la Fe” (Lima, Perú) |