As
grandes polêmicas, que marcaram de modo tão característico a história do
século XIX, conservaram em geral, pela elevação de seus temas, pela força
de seu pensamento, pela distinção de sua linguagem, algo da nobreza da
sociedade européia de antes da Revolução. E nisto contrastam com nosso
século, em que os homens são conformistas em tudo que não seja interesse
econômico; em que as raras polêmicas elevadas não interessam o público
hipnotizado pelo cinema e pelo esporte; e no qual ressoam não raras vezes
descomposturas mútuas cuja vulgaridade bem se simboliza no gesto de
Kruchev tirando o sapato durante uma sessão da ONU, para com ele bater, a
título de protesto, sobre uma mesa.
Trazemos
hoje, para conhecimento de nossos leitores, um eco daqueles fulgurantes e
elevados torneios intelectuais.
Albert de
Broglie, católico liberal, publicara na "Revue des Deux Mondes" (número
de 1º de novembro de 1852) um artigo em que tachava de excessivo o
entusiasmo de certos escritores católicos pela Idade Média.
Uma das
personalidades visadas, o célebre pensador espanhol Donoso Cortés, Marquês
de Valdegamas, elaborou então uma réplica a Albert de Broglie. Não chegou
ela a ser enviada pelo autor à "Revue des Deux Mondes", mas foi publicada
posteriormente nas suas obras completas ( "Obras Completas de D. Juan
Donoso Cortés", BAC, Madri, vol. II, p. 630 ).
O texto
que publicamos nesta página, extraído daquela resposta, representa uma
breve e brilhante análise da história da Idade Média do ponto de vista
teológico. Ele serve para ilustrar a elevação da polêmica. E ao mesmo
tempo constitui uma réplica definitiva aos liberais molestados por
encontrar entre os católicos tanto entusiasmo por aquele período da
História.
En la Edad Media hay muchas cosas: hay, por una parte, asolamiento
de ciudades, caída de imperios, lucha de razas, confusión de gentes,
violencias, gemidos; hay corrupción, hay barbarie, hay instituciones
caídas e instituciones bosquejadas; los hombres van a donde van los
pueblos; los pueblos, adonde otro quiere y ellos no saben; y hay la
luz que basta para ver que todas las cosas están fuera de su lugar y
que no hay lugar para ninguna cosa: la Europa es el caos.
Pero
además del caos hay otra cosa: hay la Esposa inmaculada del Señor, y
hay un grande suceso, nunca visto de las gentes: hay una segunda
creación, obrada por la Iglesia. En la Edad Media no hay nada sino
la creación que me parezca asombroso, y nada sino la Iglesia que me
parezca adorable. Para obrar el gran prodigio, Dios escogió esos
tiempos obscuros, eternamente famosos a un tiempo mismo por la
explosión de todas las fuerzas brutales y por la manifestación de la
impotencia humana. Nada es más digno de la Divina Majestad y de la
divina grandeza sino obrar allí, donde hombres y pueblos y razas,
todo se agita confusamente, y nadie obra. Queriendo Dios demostrar
en dos solemnes ocasiones que sólo la corrupción es estéril y que
sólo la virginidad es fecunda, quiso nacer de Maria y contrajo
esponsales con la Iglesia; y la Iglesia fue madre de pueblos, como
Maria madre suya.
Vióse entonces a aquella inmaculada Virgen, ocupada en hacer bien,
como su divino Esposo, levantar el ánimo de los caídos y moderar los
ímpetus de los violentos, dando a gustar a los unos el pan de los
fuertes y a los otros el pan de los mansos. Aquellos feroces hijos
del polo, que humillaron escarnecieron la majestad romana, cayeron
rendidos de amor a los pies de la indefensa Virgen; y el mundo todo
vió, atónito y asombrado, por espacio de muchos siglos, la
renovación por la Iglesia, del prodigio de Daniel, exento de todo
daño en el antro de los leones.
Después de haber amansado amorosamente aquellas grandes iras y
después de haber serenado con sólo su mirada aquellas furiosas
tempestades, vióse a la Iglesia sacar un monumento de una ruina;
una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una
ley, de una experiencia; y para decirlo todo de una vez, lo
ordenado, de lo exótico; lo armónico, de lo confuso. Sin duda todos
los instrumentos de su creación, como el caos mismo, estaban antes
en el caos; suya no fue sino la fuerza vivificante y creadora, En el
caos estaba, como en embrión, todo lo que había de ser y de vivir;
en la Iglesia, desnuda de todo, no estaba sino el ser y la vida;
todo fue, todo vivió, cuando el mundo puso un oído atento a sus
amorosas palabras y una mirada fija en su resplandeciente belleza.
No, los hombres no habían visto una cosa semejante porque no
habían asistido a la primera creación; ni la volverán a ver, porque
no habrá tres creaciones. Diríase que, arrepentido Dios de no haber
hecho al hombre testigo de la primera, permitió a su Iglesia la
segunda solo para que el hombre la mirara. — DONOSO CORTÉS. |
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Distinguindo com precisão e maestria o que nele foi barbárie, fraqueza e
caos, do que foi ordem, força e triunfal progresso da civilização cristã,
Donoso Cortés aniquila a acusação de que é sem discernimento nem matizes a
grande admiração que, em seu tempo como hoje, tantos excelentes católicos
votam àqueles séculos de Fé. E ao mesmo tempo ele focaliza com admirável
lucidez o que na Idade Média merece irrestrito entusiasmo: a ação
vivificadora e ordenadora da Igreja, a vida e a ordem que Ela comunicou às
instituições, às leis e aos costumes.
O estilo
gótico nasceu de uma sociedade que, formada pelos detritos em decomposição
do mundo romano, misturados com todos os germes da barbárie, era varrida
por furiosas tempestades.
Mas, sob a
ação da Igreja, que soube por toda parte "sacar un monumento de una
ruina; una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una
ley, de una experiencia; y, para decirlo todo de una vez, lo ordenado, de
lo exótico; lo armónico, de lo confuso", nasceu da podridão e da
barbárie regeneradas esse estilo admirável que, mais que todos os outros,
se presta a exprimir a gravidade, a força e a nobreza da alma cristã.
No clichê,
a Catedral de Burgos, na Velha Castela, uma das maiores maravilhas
da arte gótica, e símbolo eloqüente da ordem cristã gerada pela Igreja na
Idade Média.
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