Plinio Corrêa de Oliveira

AMBIENTES, COSTUMES, CIVILIZAÇÕES

Tirando de uma ruína um monumento,

de um costume uma instituição

 

"Catolicismo" Nº151 - Julho de 1963

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As grandes polêmicas, que marcaram de modo tão característico a história do século XIX, conservaram em geral, pela elevação de seus temas, pela força de seu pensamento, pela distinção de sua linguagem, algo da nobreza da sociedade européia de antes da Revolução. E nisto contrastam com nosso século, em que os homens são conformistas em tudo que não seja interesse econômico; em que as raras polêmicas elevadas não interessam o público hipnotizado pelo cinema e pelo esporte; e no qual ressoam não raras vezes descomposturas mútuas cuja vulgaridade bem se simboliza no gesto de Kruchev tirando o sapato durante uma sessão da ONU, para com ele bater, a título de protesto, sobre uma mesa.

Trazemos hoje, para conhecimento de nossos leitores, um eco daqueles fulgurantes e elevados torneios intelectuais.

Albert de Broglie, católico liberal, publicara na "Revue des Deux Mondes" (número de 1º de novembro de 1852) um artigo em que tachava de excessivo o entusiasmo de certos escritores católicos pela Idade Média.

Uma das personalidades visadas, o célebre pensador espanhol Donoso Cortés, Marquês de Valdegamas, elaborou então uma réplica a Albert de Broglie. Não chegou ela a ser enviada pelo autor à "Revue des Deux Mondes", mas foi publicada posteriormente nas suas obras completas ( "Obras Completas de D. Juan Donoso Cortés", BAC, Madri, vol. II, p. 630 ).

O texto que publicamos nesta página, extraído daquela resposta, representa uma breve e brilhante análise da história da Idade Média do ponto de vista teológico. Ele serve para ilustrar a elevação da polêmica. E ao mesmo tempo constitui uma réplica definitiva aos liberais molestados por encontrar entre os católicos tanto entusiasmo por aquele período da História.

En la Edad Media hay muchas cosas: hay, por una parte, asolamiento de ciudades, caída de imperios, lucha de razas, confusión de gentes, violencias, gemidos; hay corrupción, hay barbarie, hay instituciones caídas e instituciones bosquejadas; los hombres van a donde van los pueblos; los pueblos, adonde otro quiere y ellos no saben; y hay la luz que basta para ver que todas las cosas están fuera de su lugar y que no hay lugar para ninguna cosa: la Europa es el caos.

Pero además del caos hay otra cosa: hay la Esposa inmaculada del Señor, y hay un grande suceso, nunca visto de las gentes: hay una segunda creación, obrada por la Iglesia. En la Edad Media no hay nada sino la creación que me parezca asombroso, y nada sino la Iglesia que me parezca adorable. Para obrar el gran prodigio, Dios escogió esos tiempos obscuros, eternamente famosos a un tiempo mismo por la explosión de todas las fuerzas brutales y por la manifestación de la impotencia humana. Nada es más digno de la Divina Majestad y de la divina grandeza sino obrar allí, donde hom­bres y pueblos y razas, todo se agita confusamente, y nadie obra. Queriendo Dios demostrar en dos solemnes ocasiones que sólo la corrupción es estéril y que sólo la virginidad es fecunda, quiso nacer de Maria y contrajo esponsales con la Iglesia; y la Iglesia fue madre de pueblos, como Maria madre suya.

Vióse entonces a aquella inmaculada Virgen, ocupada en hacer bien, como su divino Esposo, levantar el ánimo de los caídos y moderar los ímpetus de los violentos, dando a gustar a los unos el pan de los fuertes y a los otros el pan de los mansos. Aquellos feroces hijos del polo, que humillaron escarnecieron la majestad romana, cayeron rendidos de amor a los pies de la indefensa Virgen; y el mundo todo vió, atónito y asombrado, por espacio de muchos siglos, la renovación por la Iglesia, del prodigio de Daniel, exento de todo daño en el antro de los leones.

Después de haber amansado amorosamente aquellas grandes iras y después de haber serenado con sólo su mirada aquellas furiosas tempestades, vióse a la Iglesia sacar un monumento de una ruina; una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una ley, de una experiencia; y para decirlo todo de una vez, lo ordenado, de lo exótico; lo armónico, de lo confuso. Sin duda todos los instrumentos de su creación, como el caos mismo, estaban antes en el caos; suya no fue sino la fuerza vivificante y creadora, En el caos estaba, como en embrión, todo lo que había de ser y de vivir; en la Iglesia, desnuda de todo, no estaba sino el ser y la vida; todo fue, todo vivió, cuando el mundo puso un oído atento a sus amorosas palabras y una mirada fija en su resplandeciente belleza.

No, los hombres no habían visto una cosa semejante porque no habían asistido a la primera creación; ni la volverán a ver, porque no habrá tres creaciones. Diríase que, arrepentido Dios de no haber hecho al hombre testigo de la primera, permitió a su Iglesia la segunda solo para que el hombre la mirara.DONOSO CORTÉS.

 

Distinguindo com precisão e maestria o que nele foi barbárie, fraqueza e caos, do que foi ordem, força e triunfal progresso da civilização cristã, Donoso Cortés aniquila a acusação de que é sem discernimento nem matizes a grande admiração que, em seu tempo como hoje, tantos excelentes católicos votam àqueles séculos de Fé. E ao mesmo tempo ele focaliza com admirável lucidez o que na Idade Média merece irrestrito entusiasmo: a ação vivificadora e ordenadora da Igreja, a vida e a ordem que Ela comunicou às instituições, às leis e aos costumes.

O estilo gótico nasceu de uma sociedade que, formada pelos detritos em decomposição do mundo romano, misturados com todos os germes da barbárie, era varrida por furiosas tempestades.

Mas, sob a ação da Igreja, que soube por toda parte "sacar un monumento de una ruina; una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una ley, de una experiencia; y, para decirlo todo de una vez, lo ordenado, de lo exótico; lo armónico, de lo confuso", nasceu da podridão e da barbárie regeneradas esse estilo admirável que, mais que todos os outros, se presta a exprimir a gravidade, a força e a nobreza da alma cristã.

No clichê, a Catedral de Burgos, na Velha Castela, uma das maiores maravilhas da arte gótica, e símbolo eloqüente da ordem cristã gerada pela Igreja na Idade Média.