Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

Lo Maravilloso, lo real y el horrendo en la literatura infantil

 

 

 

Catolicismo N. 40 - Abril de 1954

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Los niños tienen sus primeros contactos con la vida a través de las histo­rias. Por medio de ellas, la inteligencia infantil transpone los límites del ambiente doméstico y aprende las nociones inicia­les sobre la sociedad humana, con las innumerables diferenciaciones que com­porta, las atracciones que ofrece, los deberes que impone, las decepciones que trae, y el juego complicado de las pasiones en los altos y bajos de esta gran lucha que es la existencia. "La vida del hombre sobre la tierra es una batalla", dice la Sagrada Escritura (Job 7,1). Las primeras nociones sobre esta batalla, las impresiones más hondas que el hombre recibe relativas a los aspectos esenciales de la vida y de su posición ante ella, las recibe en sus primeros años de existen­cia.

De ahí la importancia capital, para una civilización católica, el hecho de propor­cionar a los niños una literatura pro­funda y sanamente religiosa. No nos referimos únicamente al Catecismo y a la Historia Sagrada, que por supuesto debe ser el centro de todo, sino a otras que serían como el comentario o la apli­cación de lo que la Religión enseña.

Esto que en términos de buena doc­trina es lo normal, ¡cómo difiere del caudal de la literatura infantil moderna!

En este caudal completamente laico —y ya por eso lamentable— hay aún distincio­nes a hacer. Pues hace mucho que el laicismo no es el unico mal de la literatura infantil de nuestros días.

Quando hablamos de la literatura infantil, incluimos evidentemente en esta calificación genérica las ilustraciones que ella comprende legitimamente, y de la cual se hace un uso muchas veces exagerado.

Deseando tratar hoy de la literatura infantil en esta sección, que no es de crítica literária, lo hacemos analisando algunas de esas ilustraciones. 

 

Antes de todo, una composición de Walt Disney. Es la Cenicienta que va con su Príncipe hacia el castillo encantado. Es el maravilloso en la literatura infantil.

Habría algunas restricciones a hacer. En princípio, lo que se ofrece a los niños debe tender a amadurecerlos, bajo pena de no ser enteramente sano. Ahora bien, en esta composición hay ciertas simplicidades, deliciosas para los ojos de adultos como interpretación delicada de la fantasia infantil, pero no ayudan esa maturación. Alguna cosa en el cochero, en el lacayo, en la estructura del cerro y en los edifícios dá ideia de cosa hecha non solamente para niños, pero por niños. Y eso se nota, sin embargo menos claramente, en los otros elementos de la escena.

Pero, hecha esta observación, cómo no elogiar el gusto, la delicadeza, la variedade de esta composición? El maravilloso, indispensable en los horizontes de los niños como medio para requintar el senso artístico, elevar el espírito, abrir el horizonte, estimular sanamente a la imaginación, está manifiesto con una delicadeza y un gusto notables.

 

Pasemos ahora del maravilloso a una representación de la vida cotidiana, con sus aspectos calmos, caseros, simpáticos: otro elemento essencial en los horizontes de la literatura infantil, para despertar la atracción, el interés, por la realidad y por la virtud.

Al lado tenemos una conocida ilustración de “Juca e Chico”. En lo alto del tejado, los dos niños de las "siete travesuras" están "pescando" las gallinas de la Viuda Chaves.

Cercano al horno, ladra asustado el fiel perrocito. En la parte de abajo, la viuda, entregue a los quehaceres domésticos, nada percibe. Los "dos niños malcriados, estos dos endiabrados" que "dejan toda la gente loca", representan con real expressión el trajín tan frecuente en la vida casera. Travesuras que por cierto no terminarán sin una ejemplar severidad. Excepción hecha de los dos travesos - y quizás ni siquiera ésto - todo evoca la atmósfera feliz, calma, modicamente abundante, de la vida doméstica popular. Lozanía de alma, templanza, largueza, bienestar sensato en la propia medianía, todo ello ahí se expresa.

Viene ahora la literatura denigrante.

 

Presentamos un ejemplo entre mil. Viene ahora la literatura denigrante. Puñetazos, tiros, asaltos, agresiones, vibración exagerada, narración melo­dramática, correrías, sangre, muerte, "super-hombres" que vuelan, que trans­ponen murallas, que lanzan rayos: toda una siniestra y ridícula contextura de inverosimilitudes, de crueldades, de gro­seros artificios de sensacionalismo. Y esto no es sólo una historia, sino que por desgracia es todo un género "literario" que llena revistas y revistas, ávidamente seguidas por los jóvenes.

¿Qué horizontes se abren así para la infancia? Los del crimen. ¿Qué placeres? Los de la excitación nerviosa tendiente en ciertos casos casi al delirio. ¿Qué ideales? Los de la fuerza bruta y de la vida de aventura sin ningún sentido.

Con eso no se forma un hombre y mucho menos un cristiano. El producto típico de esta literatura es el neo-bárbaro...


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