Plinio Corrêa de Oliveira

 

 

El traje, espejo de una época

 

 

 

Catolicismo Nº 20 - Agosto de 1952

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Desde el punto de vista meramente material, es decir, como servicio que presta presta al cuerpo, el traje es un mero abrigo. Se le puede reconocer, como mucho, la función de proteger un cierto pudor que brota de las profundezas del instinto.

Pero quien reconoce que el hombre no es únicamente materia, sabe también que el traje no es sólo un abrigo, sino que, según el orden natural las cosas, debe prestar un servicio al espíritu.

¿Qué servicio? Por una propiedad que no es simplemente convencional o imaginativa, sino que tiene sus raíces en la médula de la realidad, ciertas formas, ciertos colores, las cualidades de ciertos tejidos, producen en el hombre determinadas impresiones, que son más o menos las mismas para todos. Impresiones y, por tanto, estados de espíritu, actitudes mentales, en ciertos casos toda una inclinación de la personalidad. Precisamente éste es uno de los fundamentos del arte. Así,  puede el hombre, por medio de un traje, expresar hasta cierto punto su personalidad moral, lo que fácilmente se puede apreciar en el vestuario femenino, tan propio a reflejar la psicología de la mujer.

El traje profesional tiende a expresar, más que la forma de ser de un individuo, la psicología propia de la profesión: será sobrio como una sotana de sacerdote, grave como la toga de un juez, imponente como un manto real, etc. 

Cuando una época se preocupa en elevar al hombre, y tiene sed de dignidad, de grandeza, de seriedad, dispone el vestuario —personal o profesional— de manera a acentuar en cada persona la impresión de esos valores. Será o tenderá a ser noble, digno, varonil, el traje de todo hombre, desde el soberano hasta el último plebleyo. Es lo que se puede apreciar en los trajes de antaño. Publicamos aquí la fotografía de un simple conserje del Banco de Inglaterra, vestido con su traje tradicional. Sería imposible expresar y valorizar mejor la modesta pero real parcela de responsabilidad y autoridad que su cargo, humilde pero honesto, posee. 

               

En las otras fotos se pueden ver contemporáneos nuestros [el presente artículo es de la década de 1950, n.d.t.] vestidos como están habitualmente, en las playas y en los campos de ciertos países, hombres de categoría que le gustan de estar al día con el "progreso". Esos trajes, como es sabido, tienden a invadir toda la vida: ya son totalmente admitidos en el uso común en algunas ciudades.

¿Qué mentalidad refleja esta indumentaria? Todo cuanto se puede tolerar, tal vez, en un niño... y nada más.

¿Qué oportunidad dan esos trajes de reflejar lo que el alma de un hombre bien formado debe traslucir —de cualquier clase social que sea— esto es, gravedad, sentido de responsabilidad, elevación de espíritu?

La respuesta es obvia.

"Dime cómo te vistes y te diré quien eres". Esta máxima, tantas veces falsa si la fuésemos a aplicar a cada persona individualmente considerada, resulta del todo verdadera para las diversas épocas de la Historia.

Dos tipos de vestuario, dos mentalidades, dos estilos de vida.

¡Qué diferencia! ¡Y quién se atreverá a decir que fue un buen cambio!


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