Haga el lector un ejercicio de imaginación,
y suponga que le sea posible regresar a los tiempos de Cristo, y visitar
la habitación modesta donde vivía la Sagrada Familia en Nazaret. Al
entrar, usted encuentra a la Virgen jugando con el Niño; y que dichas
personas fuesen exactamente como Rouault (siglo XX) los imaginó en el
cuadro que reproducimos a su izquierda.
¿Esa imagen colmaría su expectativa?
¿Corresponde a lo que se debería esperar de la Madre de Dios, y del propio
Verbo Encarnado? ¿Encontraría en esas figuras un reflejo auténtico del
espíritu cristiano, de las virtudes inefables de Jesús y María?
Evidentemente no.
Por lo tanto, quien se empeñe en que el arte
cristiano refleje de modo digno y apropiado el espíritu de los Evangelios
y de la Iglesia, no puede ser indiferente a que cuadros de este género se
generalicen entre los fieles. |