|
Plinio Corrêa de Oliveira Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana
|
NOTAS ● Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor. ● La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I. ● El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. DOCUMENTOS XIISer noble y llevar vida de noble, ¿es incompatible con la santidad?
La incomprensión que existe en nuestros días en relación a la Nobleza y a las élites tradicionales análogas proviene, en gran medida, de la propaganda hábil, aunque falta de objetividad, que la Revolución Francesa hizo contra ellas. Dicha propaganda, alimentada continuamente a lo largo de los siglos XIX y XX por las corrientes ideológicas y políticas que la sucedieron, ha sido combatida con creciente eficacia por la historiografía más seria, pero hay sectores de opinión en los cuales perdura obstinadamente. Conviene, por tanto, decir algo sobre ello en el presente volumen. Según los revolucionarios de 1789, la Nobleza estaba constituida esencialmente por bon-vivants que, beneficiándose de insignes privilegios honoríficos y económicos que les permitían vivir regaladamente de los méritos y galardones alcanzados por antepasados lejanos, se podían permitir el lujo de vivir únicamente disfrutando las delicias de la existencia terrenal y, lo que es peor, especialmente las del ocio y la voluptuosidad. De acuerdo con la misma versión, esta clase de bon-vivants era, además, altamente onerosa para su país, en perjuicio de las clases pobres, éstas sí, laboriosas, morigeradas y útiles para el bien común. A decir de d’Argenson: “La Cour était le tombeau de la Nation.” [1]Todo esto condujo a la idea de que la vida propia de un noble, con el relieve y bienestar que deben habitualmente acompañarle, invita de por sí a una actitud de relajamiento moral muy diferente de la austeridad demandada por los principios cristianos. Sin negar que haya algo de verdadero en lo anteriormente afirmado —pues en la Nobleza y élites análogas de finales del siglo XVIII ya se hacían sentir las señales precursoras de la terrible crisis moral de nuestros días— es necesario acentuar que había en esa versión nociva a la reputación de la clase noble mucho más de falso que de verdadero. La propia historia de la Iglesia lo prueba, entre otras cosas, por el gran número de nobles que elevó al honor de los altares, atestiguando así que practicaron en grado heroico los Mandamientos y consejos evangélicos. Por eso S. Pedro Julián Eymard pudo decir que “los anales de la Iglesia nos muestran que un gran número de santos, y de los más ilustres, gozaban de blasón, tenían un nombre, pertenecían a una familia ilustre: muchos eran incluso de familia real.” [2]Varios de esos Santos abandonaron el mundo para alcanzar con más seguridad la virtud heroica. Otros, como los reyes S. Fernando de Castilla y San Luis de Francia, permanecieron, sin embargo, en la cumbre de su posición y alcanzaron la virtud heroica viviendo enteramente la altísima condición nobiliaria que les correspondía. Para desmentir de modo más completo esas versiones que pretenden denigrar a la nobleza, bien como las costumbres y estilos de vida que su condición conlleva, surgió la idea de indagar cual es la proporción de nobles entre aquellos a quienes la Santa Iglesia da culto como Santos. No fue posible, sin embargo, encontrar un estudio específico sobre este asunto. Algunos investigadores lo abordaron sin llegar a hacer, no obstante, una investigación específica y exhaustiva, basando sus cálculos en catálogos que ellos mismos presentan como incompletos. Merece especial atención un estudio hecho por André Vauchez, profesor de la Universidad de Rouen, titulado La Sainteté en Occident aux derniers siècles du Moyen Âge, [3] basado en los procesos de canonización y documentos hagiográficos medievales. El autor presenta en él una estadística de los setenta y un procesos “de vita, miraculis et fama” ordenados por los Papas entre 1198 y 1431, treinta y cinco de los cuales concluyeron con la elevación del Siervo de Dios a la honra de los altares, aún en la Edad Media. [4]La estadística facilitada por Vauchez es la siguiente:
Estos datos, pese a ser muy interesantes, hacían referencia a un número muy reducido de personas y a un espacio de tiempo relativamente corto. No podían satisfacer, pues, el deseo de un cuadro más completo; se hacía necesaria una investigación que abarcase un mayor número de personas y un espacio de tiempo más dilatado sin pretender, no obstante, agotar el tema. Aparecieron, sin embargo, algunas dificultades importantes: antes que nada, la de que no existe en la Iglesia Católica una lista oficial de Santos. Esta dificultad es, por cierto, muy explicable, pues la inexistencia de dicha lista se relaciona con la propia historia de la Iglesia y el progresivo perfeccionamiento de sus instituciones. El culto a los Santos tuvo inicio en la Iglesia Católica con el culto prestado a los mártires. Las comunidades locales honraban a algunos de sus miembros, víctimas de persecuciones. De los millares de entre aquellos que en los primeros siglos de la Iglesia vertieron su sangre para testimoniar la Fe, sólo nos han llegado algunos centenares de nombres, bien a través de las actas de los tribunales paganos que transcribían los procesos verbales, bien a través de los relatos hechos por testigos oculares de los martirios. Además de no existir para todos los mártires documentos de este género, muchas de estas actas —cuya lectura inflamaba el alma a los primeros cristianos y les daba ejemplo para soportar nuevas tribulaciones— fueron destruidas durante diversas persecuciones, en especial durante la de Diocleciano. [5] Así pues, resulta imposible conocer todos aquellos mártires que fueron objeto de culto por parte de los fieles en los primeros siglos de la Iglesia.Con el fin de las persecuciones, los Santos fueron venerados durante mucho tiempo por grupos restringidos de fieles, sin investigación previa ni juicio de la autoridad eclesiástica. Más tarde, con el aumento de la participación de la autoridad en la organización de las comunidades católicas, crece también su papel en la selección de quienes debían ser venerados como santos. Los obispos pasan a permitir que se establezca un determinado culto y muchas veces lo ratifican, a petición de los fieles, reconociendo y trasladando al lugar de culto las reliquias de un nuevo Santo. Sólo a finales del primer milenio pasó el Papa a intervenir de vez en cuando en la consagración oficial de un Santo. En efecto, a medida que el poder de los Romanos Pontífices se iba afirmando, y que los contactos con los mismos se hacían más frecuentes, los obispos pasaron a solicitar a los Papas la confirmación de los cultos. Esto ocurrió por primera vez en el año 993. Más tarde, en 1234, pasa a ser necesario por las Decretales el recurso a la Santa Sede, y reservado al Pontífice el derecho de canonización. Mientras tanto, en el periodo que va entre ambas fechas, muchos Obispos continuaron procediendo a los traslados de reliquias y confirmación del culto según las antiguas costumbres. A partir de 1234 los procesos para determinar el culto a un Santo pasan a ser, poco a poco, cada vez más perfectos. Desde finales del siglo XIII, la decisión pontificia se basa en una instrucción previa llevada a cabo por un colegio de tres cardenales especialmente encargado de dicha tarea; y así permanecerá hasta 1588, año en que las causas pasan a ser confiadas a la Congregación de los Ritos, instituida el año anterior por el Papa Sixto V En el siglo XV11, esta evolución alcanzó su término. Urbano VIII establecerá en 1634, con el breve Coelestis Jerusalem Cives, las normas para la canonización de una persona, que permanecerán esencialmente las mismas hasta nuestros días. Considerando los Siervos de Dios que, por tolerancia, recibieron culto público después del pontificado de Alejandro III, las Constituciones de Urbano VIII preveían la confirmación de culto o canonización equipolente, “sentencia por la cual el Soberano Pontífice ordena honrar como Santo en la Iglesia universal, a un Siervo de Dios para el cual no se ha introducido un proceso regular, pero que, desde tiempo inmemorial, se encuentra en posesión de un culto público.” [6] Ese procedimiento fue también válido para casos semejantes ocurridos tras las Constituciones de Urbano VIII.Así pues, es posible establecer a partir de 993 —fecha de la primera canonización papal— una lista de los Santos designados por la Santa Sede. Sin embargo, esta lista aún no está completa; le faltan documentos de periodos extensos. Además, la lista no contiene a todos los Santos pues, como ya se ha dicho, entre 993 y 1234 los Obispos continuaron ratificando el culto, y por eso muchos individuos fueron objeto de un culto público independientemente de una intervención de Roma, solicitada muchas veces —pero no siempre— algunos siglos después. No es sino a partir del comienzo del siglo XVI cuando se puede estar seguro de que la lista de Santos y Bienaventurados —distinción consagrada por la legislación de Urbano VIII— no contiene lagunas. [7]Junto a la dificultad de establecer una lista completa de Santos, apareció una nueva: saber cuáles de los nombres que en ella figuraban pertenecían a la Nobleza. En efecto, no siempre es fácil establecer con seguridad si una persona es de origen noble pues, por un lado, la progresiva elaboración del concepto de nobleza fue sumamente orgánica, condicionada a las características de los diversos pueblos y lugares, lo que a veces hace difícil determinar qui én debe ser reputado como perteneciente al estamento de la Nobleza.Por otra parte, a veces es también difícil determinar con precisión los antepasados de una persona. Esto es, por cierto, lo que ha llevado, lleva y continuará llevando a muchos a dedicar largos periodos de tiempo a investigar los orígenes genealógicos de personajes diversos. Muchas veces resulta, pues, difícil determinar el origen social de un Santo. Teniendo en cuenta estas dificultades, se trataba de elegir unas fuentes de investigación tan completas como fuera posible, pero al mismo tiempo enteramente fidedignas, para poder elaborar una estadística aproximada de la cantidad de nobles existentes entre los Santos. Se optó entonces por el Index ac Status Causarum [8], publicación oficial de la Congregación para la Causa de los Santos, sucesora de la antigua Congregación de los Ritos. Se trata de una “edición extraordinaria y amplísima hecha para conmemorar el IV Centenario de la Congregación, que incluye todas las causas que llegaron hasta esta última desde 1588 hasta 1988, y también aquellas más antiguas conservadas en el archivo secreto vaticano.” [9]La obra incluye además varios apéndices, tres de los cuales nos interesan especialmente. En el primero son enumeradas las confirmaciones de culto con base en el Index ac Status Causarum escrito en 1975 por el P. Beaudoin al que se añaden algunos nombres, y del que se eliminan los de aquellos Bienaventurados que fueron incluidos posteriormente en el catálogo de los Santos. En el segundo apéndice se enumeran únicamente aquellos que fueron beatificados a partir de la instrucción de la Sagrada Congregación de los Ritos y aún no canonizados. Por fin en el tercer apéndice están enumerados los Santos cuyas causas fueron tratadas por la Sagrada Congregación de los Ritos, incluyendo los casos de canonización equipolente. Con esa relación de nombres en las manos fueron consultadas las biografías respectivas en la obra titulada Bibliotheca Sanctorum1 [10] para saber cuáles de ellos pertenecían a las filas de la Nobleza. Esta obra —dirigida por el Cardenal Pietro Palazzini, ex Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos— es considerada el elenco más completo de quienes recibieron culto desde el inicio de la Iglesia.Como la Bibliotheca Sanctorum no pone su atención principal en suministrar el origen social de las personas mencionadas, sino los problemas relacionados con su culto, muchas veces es imposible saber quién fue o no noble por falta de datos. Además, para mantener un criterio estricto, se adoptó el principio de sólo contar como nobles a aquellos de quienes la obra afirma que lo son, o que descienden de nobles. No se han incluido en la lista a aquellos de quienes el texto afirma únicamente que pertenecen a familias “importantes”, “conocidas”, “antiguas”, “poderosas”, etc. A fin de evitar casos dudosos se ha preferido, por tanto, excluir personas cuyo origen noble se puede presumir con seriedad o incluso tener certeza del mismo por otras fuentes. Ha parecido también conveniente, para mayor precisión en la estadística, distinguir las siguientes categorías, conforme lo hace el Index ac Status Causarum: — Los Santos canonizados tras un proceso regular; — Los Bienaventurados beatificados tras un proceso regular; — Aquellos cuyo culto ha sido confirmado; — Los Siervos de Dios cuyos procesos de beatificación aún están en curso. A continuación se presentan los porcentajes obtenidos, tomando el cuidado de distinguir en cada una de las categorías a aquellos que han sido objeto de una investigación individual de aquellos que forman parte de un grupo que tuvo su proceso analizado en conjunto como, por ejemplo, los mártires japoneses, ingleses, vietnamitas, etc. [11]Para destacar los señalados porcentajes de nobles que se encuentran en estos varios cuadros, conviene que se sepa cuál es en cada uno de los países el porcentaje medio de nobles con relación al resto de la población del país. Nos limitamos a dar dos ejemplos tan diversos como significativos.
Según el reputado historiador austríaco J. B. Weiss —quien, a su vez, se basa en datos de Taine, la Nobleza de Francia no llegaba al 1,5% de la población antes de la Revolución Francesa. [12] Por su parte G. Marinelli, en el tratado de Geografía Universal La Terra, [13] basándose en la obra de Peschel-Krümel, Das Russische Reich (Leipzig, 1880), da una estadística de la Nobleza en Rusia según la cual —sumadas la Nobleza hereditaria y personal— esta clase no pasaba del 1,15% del total de la población. Afirma Marinelli en la misma obra que Rèclus presentó en 1879 una estadística semejante, llegando al 1,3% y Van Löhen en 1881 al mismo resultado de 1,3%.Obviamente, estos porcentajes sufren pequeñas variaciones dependiendo del tiempo y lugar, pero dichas variaciones no son significativas. Los datos arriba presentados hacen ver que en cada una de las mencionadas categorías (Santos, Bienaventurados, confirmación de culto y procesos aún en curso), el porcentaje de nobles es considerablemente mayor que en el conjunto de la población de un País. [14] Esto habla en sentido opuesto a las calumnias revolucionarias sobre la pretendida incompatibilidad entre la práctica de la virtud y la pertenencia de una persona al estado noble durante toda su vida.NOTAS [1] La Corte era la tumba de la nación. [2] Mois de Saint Joseph, p. 62; cfr. Documentos IV, 7. [3] École Française de Rome, Palais Farnese, 1981, 765 pp. [4] Otros fueron canonizados posteriormente. [5] Cfr. Daniel Ruiz Bueno, Actas de los mártires, BAC, Madrid, 1951. [6] T. Ortolan, artículo “Canonisation”, in Diccionnaire de Théologie Catholique, Letouzey et Ané, Paris, 1923, t. II, 2ª parte, col. 1.636. [7] Cfr. André Vauchez, op. cit; John F. Broderick S.J., A census of the Saints (993-1955) in “The American Ecclesiastical Review”, agosto de 1956; Pierre Delooz, Sociologie et Canonisations, Faculté de Droit, Liege, 1969; Daniel Ruiz Bueno, op. cit.; Pierre Delooz, Pour une étude sociologique de la Sainteté canonisée dans l’Église Catholique, in “Archives de Sociologie des Religions”, Editions du Centre National de la Recherche Scientifique, Paris, nº 13, enero-junio de 1962. [8] Congregatio pro Causis Sanctorum, Città del Vaticano, 1988, 556 pp. [9] Op. cit., p. III [10] Instituto Juan XXIII de la Pontificia Universidad Lateranense, 12 vol. (1960-1970), apéndice (1987). [11] El Index ac Status Causarum no trae el número preciso de las personas consideradas en algunos de estos procesos, haciéndose, pues, imposible dar un número exacto, por lo que las cifras son aproximadas. [12] Cfr. Historia Universal, Tipografía La Educación, Barcelona, 1931, vol. XV, t. I. p. 212. [13] La Terra—Trattato popolare di Geografia Universale, Antica Casa Editrice Dottor Francesco Vallardi, Milán, 7 vol., 8450 pp; Cfr. vol. II, p. 834 [14] Se nota en los diversos cuadros una diferencia apreciable entre el porcentaje de nobles en los procesos de beatificación individuales y los colectivos. Esto se explica principalmente por dos motivos; en muchos de esos procesos, la Bibliotheca Sanctorum hace únicamente mención a los nombres, sin traer datos biográficos que permitan saber si son o no nobles; por otra parte, la mayor parte de los procesos colectivos se refiere a grupos de mártires. Ahora bien, es normal que las persecuciones se dirijan contra toda la población católica, independientemente de la clase social, y es natural que la proporción de nobles entre los mártires sea semejante a la de éstos en la población.
|