Dada la gran influencia del clero en el País
Vasco, es evidente que no hubiera sido posible el sostenimiento de ETA —y
quizá su propio nacimiento— si los obispos y los sacerdotes de Vascongadas se
hubiesen opuesto con toda energía al envenenamiento revolucionario de la
cuestión regionalista. No fue así. Es un hecho hoy reconocido no sólo por
observadores situados a la derecha del espectro político. Sino también por
estudiosos independientes y hasta por analistas de izquierda, que ETA surgió
con el apoyo de sectores eclesiásticos (cfr. José Miguel de Azaola,
El hecho vasco in LINZ,
España: un presente para el futuro,
vol. 2, p. 230; "El Socialista", 1 al 7-7-1980). Se han visto frecuentemente
funerales patrióticos oficiados por
sacerdotes para los terroristas muertos —a veces en el acto de preparar las
bombas con que cometerían sus crímenes— elevándolos a la categoría de héroes
cívico-religiosos, donde ni siquiera faltaron homilías comparando a los
terroristas marxistas con Nuestro Señor Jesucristo (ver, por -ejemplo, "El
Alcázar", 7-4-1987 y 10-4-1987; "El País", 16-8-1983 y 9-3-1987; "La
Vanguardia", 7-4-1987; "Vida Nueva", 4-1-1986). Durante años esta práctica ha
quedado impune por parte de las autoridades eclesiásticas de la región. Por
otro lado, los obispos vascos, en sus pastorales conjuntas o en declaraciones
individuales, cuando condenaron claramente la violencia etarra, siempre
presentaron a ETA como una institución nacionalista equivocada que perseguía
un fin legítimo en sí por medios reprobables, evitando sistemáticamente
mostrarla como una organización terrorista definidamente marxista. Esto puede
verse en la categórica condenación al terrorismo por parte de los prelados
vascos, monseñores Luis María Larrea, José María Setién y José María Larrauri,
obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, respectivamente. Nos referimos a
la carta pastoral conjunta del 13 de julio de 1985, titulada
Erradicar la violencia debilitando sus
causas ("Vida Nueva", 20-7-85; cfr. también "ABC", 5-3-1987). Lamentable
fue, en este mismo sentido, la sorprendente emisión de radio Vaticano sobre la
muerte en Argelia del terrorista etarra Domingo Iturbe Txomini, que obligó al
Gobierno socialista a una protesta formal ("La Vanguardia", 7-3-1987).
Causó mayor desconcierto aún la última carta
pastoral de los obispos vascos del 12 de diciembre de 1987, titulada
Diálogo
y Negociación para la Paz.
Los prelados vuelven a sostener sus mismos puntos de vista. O sea, la ETA es
presentada del modo más favorable posible en ese momento; el mayor obstáculo a
la paz sería la falta de consentimiento del pueblo vasco a
"las relaciones que él mismo ha de tener
con el Estado español". Son cuidadosamente evitadas por los prelados las
referencias claras a los crímenes etarras, al castigo que merecen, a la
doctrina marxista que los inspira. Los terroristas —nunca mencionados con este
nombre— como otros nacionalistas vascos, persiguen tan sólo
"la autodeterminación, que debe ser
afirmada como un derecho de cada pueblo". Su error — al que con diplomacia
se alude en el documento— consiste básicamente en no comprender que
"no es legítimo el uso de la violencia
armada para alcanzar el grado mayor o menor de autodeterminación, fijado por
la voluntad particular del grupo que recurre a esa violencia". Ahora se
trataría, pues, de negociar con ellos, entrando en el camino de
“las concesiones mutuamente realizadas”
y abarcando posiblemente temas políticos. El actual estatuto autonómico no
parece satisfacer a los obispos, para quienes la paz se alcanzará por medio de
la "manifestación mayoritaria de la
voluntad popular y el respeto de las formas político-institucionales que de la
misma nazcan". ¿Con qué garantías? ¿Con la ETA disuelta o no? ¿Por qué
debe considerarse insuficiente el actual marco autonómico constitucional dadas
sus casi indefinidas posibilidades de desarrollo? Nada de ello es cabalmente
esclarecido por los obispos. Se preocupan, eso sí, de advertir contra
eventuales excesos policiales en la lucha del Estado contra la organización
terrorista y en censurar el procedimiento de extradición de los etarras y sus
colaboradores por parte de Francia, que está causando evidentes perjuicios a
la acción criminal de la ETA ("Eccles¡a", 2 y 9-1-1988, pp. 47-50).
El documento fue hecho público precisamente
al día siguiente de las nuevas atrocidades cometidas por ETA —con asesinato
incluso de niños— esta vez en Zaragoza et 11 de diciembre de 1987. Los obispos
no suspendieron la entrega, sino que emitieron inmediatamente una nota
complementaria de condena “tajante”
a los atentados. En realidad, la breve declaración evita una vez más el
término terrorismo y orienta su
reprobación más bien contra la “irracionalidad” de quienes pisotean
"indiscriminadamente la vida humana en
ares de su particular dogmatismo", y pide
"a pesar de los derramamientos de sangre, carentes de todo sentido",
la continuación de los esfuerzos
de pacificación “'por parte de todos los
responsables políticos” (''Vida Nueva", 19/26-12-1987, p. 37; "Diario 16",
13-12-1987; “La Vanguardia”, 20-12-1987).
El Gobierno dejó saber públicamente que
había protestado ante la Santa Sede por la referida carta pastoral. Su
Majestad el Rey, en su mensaje de Navidad, declaró:
"No debemos mostrar ni debilidad, ni temor, ni duda para rechazar
con decisión a quienes hacen correr la sangre de los españoles víctimas de sus
atentados crimínales, y también a quienes los amparan, disculpan o justifican,
cualesquiera que sean sus posiciones políticas, sociales o religiosas"
("Ecclesia", no 2.352-53,2 y 9-1-1988, p. 13). A su vez, el
secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Fernando Sebastián,
en acuerdo con el cardenal Ángel Suquía, publicó una nota aclaratoria en que
recuerda una condena colectiva de los obispos españoles contra el terrorismo
en 1986. Y dice que los obispos vascos
"mantienen las enseñanzas colectivas de la Conferencia Episcopal", aunque
más adelante afirma que la pastoral
"tiene aspectos opinables y puede ser susceptible de críticas en algunas
expresiones, en su perspectiva concreta o en la oportunidad de su publicación"
("Vida Nueva", 19/26-12-1987, p. 36; "Diario 16", 17-12-1987).
Las
ambigüedades de los nacionalistas no violentos
El procedimiento de dirigentes políticos
nacionalistas vascos ha sido análogo, pues siempre han evitado separar
inequívocamente la ETA del movimiento nacionalista
latu sensu, limitándose, cuando mucho, a condenar los crímenes
que realizan los terroristas etarras, coma si se tratara de un lamentable
error de nacionalistas exaltados. Nunca usaron su liderazgo para denunciar la
mentira del carácter abertzale de un
organismo de sabotaje marxista-leninista como ETA, cuya postura es en realidad
internacionalista y pretende la destrucción de todas las patrias, naciones y
regiones. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que Carlos Garakoeehea haya declarado,
siendo lendakari, que entre el PNV y ETA
"tenemos efectivamente elementos en común. Fundamentalmente compartimos la
convicción de pertenecer a una misma nación y a defenderla"? ("ABC",
12-9-1984). La misma pregunta
cabe en relación al actual Gobierno vasco del lendakari Ardanza,
que en una nota sobre la muerte del terrorista Domingo Iturbe, Txomin, jefe
aparente de la ETA, saludó
"el coraje y
la entrega demostrados por este luchador en uno de los
momentos más negros de la etapa franquista" ("La Vanguardia", 5-3-1987).
Por otra parte, desde el dirigente del PNV Javier Arzalluz hasta Jon Idígoras de Herri Batasuna, pasando por el líder de Eusko Alkartasuna Carlos Garaicoechea, todos recibieron con simpatía la última carta pastoral de los obispos vascos (cfr. "Diario 16", 17-12-1987; "Ecclesia", 2 y 9-1-1988, p. 13).